Fábulas y leyendas originales y reversionadas

El cuento del predicador

Un anciano predicador fue llamado en cierta ocasión al palacio de un hombre poderoso, con el fin de instruirle en las ciencias y en la religión.

El anciano aceptó la propuesta y se encaminó hacia la vivienda del gran señor. Y de esta manera, después de largos días de camino, llegó al palacio y fue recibido amablemente por los cortesanos y comenzó a ilustrar a su alumno. Leyó ante él pasajes del Corán, los comentó, hizo escribir en tablillas toda suerte de escrituras, le aconsejó, le previno y consiguió hacer de aquel hombre una persona culta y refinada.

Y cierto día, cuando después de un largo tiempo las clases se acercaban a su fin, el anciano predicador fue reclamado a las presencias del hombre poderoso, que le recibió con desdén y le dijo: “Sábete, oh anciano inútil, que ya no necesito de tus servicios. Soy poderoso en riquezas y además poseo conocimientos de un sabio. Soy, pues, igual a ti y aun mayor que tú. Ahora, vete”.

Y el anciano se entristeció grandemente y se dispuso a salir. Mas antes de traspasar la puerta se volvió y con acento severo dijo al gran señor: “Te falta algo para igualarte a mí, oh hombre insensato. Cuando llegues al grado de pobreza en el que estoy yo, cuando hayas llegado a mi pueblo tras un penoso camino y te arrojen de él como tú haces conmigo, cuando te veas errante por los secos caminos del desierto con el corazón triste y rotas tus esperanzas, cuando sientas al final de tus días que el desprecio se arroja sobre tu alma, entonces podrás decir con verdad que me igualas o incluso que eres mayor que yo”.

Y el anciano predicador se puso en camino y se perdió entre las dunas de la llanura desértica y no volvió a saberse nada de él.

ANÓNIMO

Cuento zen
El duque Mu de Chin dijo a Po Lo: «Ya estás cargado de años. ¿Hay algún miembro de tu familia a quien pueda encomendarle que me busque caballos?» Po Lo respondió: «Un buen caballo puede ser elegido por su estructura general y su apariencia. Pero el mejor caballo, el que no levanta polvo ni deja huellas, es en cierto modo evanescente y fugaz, esquivo como el aire sutil. El talento de mis hijos es de nivel inferior; cuando ven caballos pueden señalar a uno bueno, pero no al mejor. No obstante, tengo un amigo, un tal Chiu-fang Kao, vendedor de vegetales y combustible, que en cosas de caballos no es en modo alguno inferior a mí. Te ruego que lo veas».
El duque Mu así lo hizo y después lo envió en busca de un corcel. Tres meses más tarde volvió con la noticia de que había encontrado uno. «Ahora está en Sach’iu», añadió. «¿Qué clase de caballo es?», preguntó el duque. «Oh, es una yegua baya», fue la respuesta. ¡Pero alguien fue a buscarlo, y el animal resultó ser un padrillo renegrido! Muy disgustado, el duque mandó a buscar a Po Lo. «Ese amigo tuyo —dijo— a quien le encargué que me buscara un caballo, se ha hecho un buen lío. ¡Ni siquiera sabe distinguir el color o el sexo de un animal! ¿Qué diablos puede saber de caballos?» Po Lo lanzó un profundo suspiro de satisfacción. «¿Ha llegado realmente tan lejos? —exclamó—. Ah, entonces vale diez mil veces más que yo. No hay comparación entre nosotros. Lo que Kao tiene en cuenta es el mecanismo espiritual. Se asegura de lo esencial y olvida los detalles triviales; atento a las cualidades interiores, pierde de vista las exteriores. Ve lo que quiere ver y no lo que no quiere ver. Mira las cosas que debe mirar y descuida las que no es necesario mirar. Kao es un juez tan perspicaz en materia de caballos, que puede juzgar de algo más que de caballos.»
Cuando el caballo llegó, resultó ser un animal superior.

SALINGER, J. D. (EEUU 1919-2010)

Apariciones
Gonzalo de la Torre y Molsalve refiere que en el Santiago de 1619, el fantasma de Doña Javiera se paseaba por los salones de la Casa de Moneda totalmente desnuda y con una navaja en la mano con el propósito de ahuyentar los malos espíritus. Hoy el Palacio es la Casa de Gobierno y algunos testigos insisten en la presencia de un inusual homicida que habitó entre los años 1973 y 1988 y que aún no puede ser desenmascarado ni por los vivos ni por el espíritu de la infatigable Doña Javiera.

VALDÉS, MAX (Chile 1963)

Juicio del río

En el año 1750 antes de nuestra era, entre el Tigris y el Éufrates reinaba el emperador Hammurabi.

Este supremo magistrado consideró que sobre los hombres no debía imponerse el poder del puño sino el poder del derecho, entonces redactó su Código. Como el emperador nació en el luminoso rincón del mundo (1) donde los hombres inventaron la escritura, el Código fue esculpido en una gran estela de diorita (2). Este es el primer monumento legal de la historia de la humanidad conocido como el Código de Hammurabi. Allí se dispuso: “el acusado será lanzado al río. Si muere, su acusador tomará su casa. Si el río lo respeta y no se ahoga, tomará la casa de su acusador, quien será condenado a muerte”.

(1) El mundo no tiene rincones sombríos, las sombras sólo reinan en los cerebros de los invasores.

(2) La estela de Hammurabi fue capturada años ha para encerrarla en un recinto al que, según parece, aún no acceden otros invasores.

VIDAL, VIRGINIA (Chile 1932-2016)

El agua del Paraíso

Un beduino seco y miserable, que se llamaba Harith, vivía desde siempre en el desierto. Se desplazaba de un sitio a otro con su mujer Nafisa. Hierba seca para su camello, insectos, de vez en cuando un puñado de dátiles, un poco de leche: una vida dura y amenazada. Harith cazaba las ratas del desierto para apoderarse de su piel y hacía cuerdas con las fibras de las palmeras, que intentaba vender en las caravanas.

Solo bebía el agua salobre que encontraba en los pozos enfangados.

Un día apareció un nuevo río en la arena. Harith probó aquella agua desconocida, que era amarga y salada, e incluso un poco turbia. Pero le pareció que el agua del verdadero paraíso acababa de deslizarse por su garganta.

Llenó dos botas de piel de cabra, una para él y otra el califa Harun al-Rasid, y se puso en camino hacia Bagdad. A su llegada, tras un penoso viaje, le contó su historia a a los guardias, según la práctica establecida, y fue admitido ante el califa. Harith se postró ante el Comendador de los Creyentes y le dijo:

-No soy más que un pobre beduino, ligado al desierto donde el destino me ha hecho nacer. No conozco nada más que el desierto, pero lo conozco bien. Conozco todas las aguas que allí se pueden encontrar. Por eso he decidido traértela para que la pruebes.

Harun al-Rasid se hizo traer un cubilete y probó el agua del río amargo. Toda la corte lo observaba. Bebió un buen trago y su rostro no expresó ningún sentimiento. Se quedó pensativo un instante y entonces con fuerza repentina pidió que el hombre fuera llevado y encerrado, con la orden estricta de que no viese a nadie. El beduino, sorprendido y decepcionado, fue encerrado en una celda.

-Lo que nada es para nosotros lo es todo para él. Lo que para él es el agua del Paraíso no es más que una desagradable bebida para nosotros. Pero tenemos que pensar en la felicidad de ese hombre -dijo el califa a las personas de su entorno, curiosos por su decisión.

Al caer la noche hizo llamar al beduino. Dio la orden a sus guardias de que lo acompañasen de inmediato fuera de la ciudad, hasta la entrada del desierto, sin permitirle ver ni el río Tigris ni ninguna de las fuentes de la ciudad, sin darle otra agua que la suya para beber. Cuando el beduino se iba del palacio en la oscuridad de la noche, vio por última vez al califa. Éste le dio mil monedas de oro y le dijo:

-Te doy las gracias. Te nombro guardián del agua del Paraíso. La administrarás en mi nombre. Vigílala y protégela. Que todos los viajeros sepan que te he nombrado para tal puesto.

El beduino, feliz, besó la mano del califa y regresó rápidamente a su desierto.

ANÓNIMO ÁRABE

La mariposa (composición escolar)
Miro la agonía de una vieja falena destruida por el mediodía clarísimo. Agita, sobre el césped, las alas carcomidas y sólo las nervaduras deshilachadas se mueven a veces, espasmódicamente, como en una memoria torpe de aleteo. Me acerco a contemplarla. Es un simulacro perfecto de la descomposición de la materia orgánica. Parece que está muerta; pero mi cercanía provoca unos sacudimientos convulsivos y desfallecientes. Otra vez intenta incorporarse en un remedo impotente de vuelo; pero las alas decrépitas sólo se agitan como si fueran estertores.
La está devorando el dios del mediodía que sólo se alimenta de viejas mariposas.
La mariposa es un animal instantáneo inventado por los chinos. Estos objetos se fabrican, generalmente, de finísimas astillas de bambú que forman el cuerpo y las nervaduras de las alas. Éstas están forradas de papel de arroz muy fino o de seda pura y son decoradas mediante un procedimiento casi desconocido de la pintura secreta china llamado Fen hua y que consiste en esparcir sutilmente unos polvillos coloreados sobre una superficie captante o prensil formando así los caprichosos diseños visibles en sus alas. En el interior del cuerpo llevan un pedacito de papel de arroz con el ideograma mariposa que tiene poderes mágicos. Los fabricantes de mariposas aseguran que este talismán es el que les permite volar. Los que se ocupan de estas cosas, los letrados –censores o sinodales-, también algunos de nuestros generales que con frecuencia consultan el augurio llamado de la mariposa o Pu hu, para saber el resultado de las campañas que emprenden, dicen que las mariposas fueron inventadas, como todas las cosas que hay en China, por el Emperador Amarillo que vivió en la época legendaria del Fénix y a quien también se debe la invención de la escritura, de las mujeres y del mundo.

ELIZONDO, SALVADOR (México 1932-2006)

La voz del silencio

En una de las visitas que como remanso en la lucha diaria hago a la vetusta y silenciosa Toledo, sucedieron estos pequeños acontecimientos que, agrandados por mi fantasía, traslado a las blancas cuartillas. Vagaba una tarde por las estrechas calles de la imperial ciudad con mi carpeta de dibujo debajo del brazo, cuando sentí que una voz como un inmenso suspiro pronunciaba a mi lado vagas y confusas palabras: me volví apresuradamente, y cuál no sería mi asombro al encontrarme completamente solo en la estrecha calleja. Y, sin embargo, indudablemente una voz, una voz extraña, mezcla de lamento, voz de mujer, sin duda, había sonado a pocos pasos de donde yo estaba. Cansado de buscar inútilmente la boca que a mi espalda había lanzado su confusa queja, y habiendo ya sonado la hora del ANGELUS en el reloj de un cercano convento, me dirigí a la posada que me servía de refugio en las interminables horas de la noche. Al quedarme solo en mi habitación, y a la luz de la débil y vacilante bujía, tracé en mi álbum una silueta de mujer. Dos días después, y cuando ya casi había olvidado mi pasada aventura, la casualidad me llevó nuevamente a la torcida encrucijada teatro de ella. Empezaba a morir el día; el sol teñía el horizonte de manchas rojas, moradas; caía grave en el silencio la voz de bronce de las horas. Mi paso era lento, una vaga melancolía ponía un gesto de duda en mi semblante. Y otra vez la voz, la misma voz del pasado día, volvió a turbar el silencio y mi tranquilidad. Esta vez decidí no descansar hasta encontrar la clave del enigma, y cuando ya desconfiaba de mis investigaciones, descubrí en una vieja casa, de antiquísima arquitectura, una pequeña ventana cerrada por una reja caprichosa y artística. De aquellas ventanas salía, indudablemente, la armoniosa y silente voz de mujer. Era completamente de noche, la voz-suspiro había callado y decidí volver a mi posada, en cuya habitación de enjalbegadas paredes, y tendido en el duro lecho, ha creado mi fantasía una novela que, desgraciadamente…, nunca podrá ser realidad. Al día siguiente, un viejo judío que tiene su puesto de quincalla frente a la vieja casa en que sonó la misteriosa voz, me contó que dicha casa está deshabitada desde hace mucho tiempo. Vivía en ella una bellísima mujer acompañada de su esposo, un avaro mercader de mucha más edad que ella. Un día el mercader salió de la casa cerrando la puerta con llave, y no volvió a saberse de él ni de su hermosa mujer. La leyenda cuenta que desde entonces todas las noches un fantasma blanco con formas de mujer vaga por el ruinoso caserón, y se escuchan confusas voces mezcladas de maldición y lamento. Y la misma leyenda cree ver en el blanco fantasma a la bella mujer del mercader avaro.

Voz de mujer que como música celeste, como suspiro de un alma enamorada, viniste a mi, traída por la caricia del aire lleno de aromas de primavera. ¿Qué misterio hay en tus palabras confusas, en tus débiles quejas, en tus armoniosas y extrañas canciones?

BÉCQUER, GUSTAVO ADOLFO (España 1836-1870)

Nasrudín y Tamerlán
—Nasrudín —dijo el gran emperador Tamerlán—, ¡he decidido nombrarte juez supremo!
—Es un honor, Excelencia, pero no soy digno de ello.
—¿Rechazas un mandato real?
—No tengo elección, majestad. Un juez debe ser un hombre puro y justo.
—Cierto.
—Bien, he dicho que no soy digno. Si estoy diciendo la verdad, entonces no debería ser juez, y si estoy mintiendo, entonces, ¿cómo un mentiroso va a convertirse en juez supremo?

ANÓNIMO ÁRABE

Lealtad
Un insurrecto había sido condenado a morir en la horca. El hombre tenía a su madre viviendo en una lejana localidad y no quería dejar de despedirse de ella por este motivo. Hizo al rey la petición de que le permitiese partir unos días para visitar a su madre. El monarca sólo puso una condición, que un rehén ocupase su lugar mientras permanecía ausente y que, en el supuesto de que no regresase, fuera ejecutado por él. El insurrecto recurrió a su mejor amigo y le pidió que ocupase su puesto. El rey dio un plazo de siete días para que el rehén fuera ejecutado si en ese tiempo no regresaba el condenado.
Pasaron los días. El sexto día se levantó el patíbulo y se anunció la ejecución del rehén para la mañana del día siguiente. El rey preguntó por su estado de ánimo a los carceleros, y éstos respondieron:
-¡Oh, majestad! Está verdaderamente tranquilo. Ni por un momento ha dudado de que su amigo volverá.
El rey sonrió con escepticismo.
Llegó la noche del sexto día. La tranquilidad y la confianza del rehén resultaban asombrosas. De madrugada, el monarca indagó sobre el rehén y el jefe de la prisión dijo:
-Ha cenado opíparamente, ha cantado y está extraordinariamente sereno. No duda de que su amigo volverá.
-¡Pobre infeliz! -exclamó el monarca.
Llegó la hora prevista para la ejecución. Había comenzado a amanecer.
El rehén fue conducido hasta el patíbulo. Estaba relajado y sonriente.
El monarca se extrañó al comprobar la firmeza anímica del rehén. El verdugo le colocó la cuerda al cuello, pero él seguía sonriente y sereno. Justo cuando el rey iba a dar la orden para la ejecución, se escucharon los cascos de un caballo. El insurrecto había regresado justo a tiempo. El rey, emocionado, concedió la libertad a ambos hombres.

ANÓNIMO INDIA

Todo lo importante
Sentado en el viejo sillón de la residencia de ancianos convino en recordar y hacer recuento de todas las cosas importantes que acaecieron a lo largo de su vida. «No puedes llegar tarde, te despedirán» decía Marga, su esposa. El jefe ahora está muerto y su empresa ya no existe. «No podemos invitar a tu primo Ezequiel a la boda de la niña. El no nos invitó a nosotros». Ezequiel murió, «la niña» se divorció y ahora trabaja en otro país, esperando su próxima jubilación. «Si seguimos así no vamos a poder pagar la hipoteca de la casa este mes». La casa la vendimos y el dinero voló. En el lugar donde estaba, ahora hay un hipermercado. ¿Qué fue de todas aquellas cosas importantes? ¿Dónde están ahora? ¿Y todas esas personas, amigos y familiares…? Todos muertos y olvidados. Hasta los lugares conocidos desaparecieron. Y Marga… ¿Qué queda sino sentarse y esperar a la muerte? De pronto, a sus ochenta y dos años, se levantó del sillón, abrió el baúl donde guardaba sus escasas pertenencias y sacó un maletín con óleos y un lienzo. Se puso a pintar y pintó el mejor cuadro de toda su vida. En él estaban fundidos los infinitos colores de los años de experiencia, la riqueza y el relieve de los cientos de lugares que había conocido y el complejo entramado de luz y sombra de todas las emociones que alguna vez habitaron su interior. Y entonces pensó: «La muerte puede venir cuando desee. Aquí nadie la espera».

CEBRIÁN, ANTONIO (España 1964)

Lo más valioso
Contó rabí Idi.
Había en Sidón cierta mujer que, tras vivir diez años con marido, no tuvo hijos, la pareja, pese a quererse, se presentó entonces al rabí Shimón ben Iojai, en demanda de divorcio. El rabí les dijo:
-Vuestra unión fue celebrada con un banquete; celebrad vuestra separación del mismo modo.
Los esposos aceptaron.
Durante el banquete, la mujer hizo que el marido bebiese más que de costumbre de modo que terminó dormido. Ella llamó entonces a los criados y les indicó:

Llevad a mi marido a la casa de mi padre.
En medio de la noche el marido se despertó y preguntó a la esposa:
-¿Dónde estoy?
Ella le contestó:
-En casa de mi padre.
-¿Pero, por qué? -insistió él.
-¿No me dijiste -replicó ella- que escogiera lo que me pareciese más valioso de tu casa para llevármelo a casa de mi padre? Pues para mí no hay nada más valioso que tú.
Entonces la pareja volvió a ver al rabí Shimón. Este oró por los cónyuges, y el Señor les concedió un hijo.

MIDRASH SHIR HASHIRIM RABA I (Árabe) No he encontrado imágenes

La selección de textos para este artículo es bastante maleable y, si bien comentaré algunos elementos en común entre ellos, es evidente que de seguro encuentren otros a su vez así como en algún otro momento se me atraviese una lectura que pueda enlazar con uno o varios de estos relatos. Como en todos ellos hay algo de la explicación de lo originario o la justificación de la existencia de un «fantasma» o la posibilidad de aprender una lección a partir de una situación, tomaré grupos de acuerdo con ciertos criterios temáticos o relacionados con el mensaje al que apuntan.

LAS FORMAS DE LA JUSTICIA

«Nasrudín y Tamerlán» (anónimo árabe), «Lealtad» (anónimo indio) y «Juicio del río» (Virginia Vidal) son los que considero en este primer apartado. En todos ellos está presente algún aspecto de la justicia, no siempre en la forma de ejecutar o enjuiciar sino también de expresar lo que es justo.

  • De este modo, un personaje como Nasrudín expone que el puesto que le proponen no sería justo, tanto si su respuesta es verdadera o consiste en una mentira

—Bien, he dicho que no soy digno. Si estoy diciendo la verdad, entonces no debería ser juez, y si estoy mintiendo, entonces, ¿cómo un mentiroso va a convertirse en juez supremo?

  • «Lealtad» y «Juicio del río» coinciden en el hecho de que hay algo o alguien que debe atravesar un juicio y recibir una sentencia. Sin embargo, también contienen una particularidad. «Juicio del río» no deja esa decisión en manos del hombre sino en la obra de la Naturaleza y, de acuerdo con su comportamiento, acusado y acusador deberán aceptar la sentencia adecuada;

“el acusado será lanzado al río. Si muere, su acusador tomará su casa. Si el río lo respeta y no se ahoga, tomará la casa de su acusador, quien será condenado a muerte”.

«Lealtad», entretanto, exhibe cómo puede volverse un acto de justicia liberar tanto al prisionero dejado en garantía como a quien iba a ser ejecutado cuando el gobernante descubre que esa persona actúa honestamente (regresa para liberar a quien quedó como rehén mientras él cumplía con el deber de despedir a su madre)

El monarca se extrañó al comprobar la firmeza anímica del rehén. El verdugo le colocó la cuerda al cuello, pero él seguía sonriente y sereno. Justo cuando el rey iba a dar la orden para la ejecución, se escucharon los cascos de un caballo. El insurrecto había regresado justo a tiempo. El rey, emocionado, concedió la libertad a ambos hombres.

LO VALIOSO E IMPORTANTE

«Todo lo importante» (Antonio Cebrián) y «Lo más valioso» (Midrash Shir Hashirim Raba I) demuestran que lo esencial está en otros aspectos que a veces dejamos de lado.

  • El cuento de Cebrián deposita ese valor en la experiencia vivida, en los sentimientos atravesados a pesar de las vicisitudes, en aquello que demuestra que ya no tiene sentido el temor a la muerte

Se puso a pintar y pintó el mejor cuadro de toda su vida. En él estaban fundidos los infinitos colores de los años de experiencia, la riqueza y el relieve de los cientos de lugares que había conocido y el complejo entramado de luz y sombra de todas las emociones que alguna vez habitaron su interior. Y entonces pensó: «La muerte puede venir cuando desee. Aquí nadie la espera».

  • «Lo más valioso» rescata hasta qué punto aferrarse a los afectos y reconocer lo importante de ellos puede ser más potente que cualquier escollo; cuando iban a separarse por no tener hijo, al dividir sus bienes para el divorcio, una decisión cambia el desarrollo de las vidas de los personajes

-¿No me dijiste -replicó ella- que escogiera lo que me pareciese más valioso de tu casa para llevármelo a casa de mi padre? Pues para mí no hay nada más valioso que tú.
Entonces la pareja volvió a ver al rabí Shimón. Este oró por los cónyuges, y el Señor les concedió un hijo.

Se suma a los anteriores otro que también mencionaré en otro apartado: «Cuento zen» (D. J. Salinger) ya que se destaca a un personaje que ha aprendido a encontrar lo esencial más allá de los detalles triviales, alguien a quien el personaje interpelado considera como superior por ese logro

Se asegura de lo esencial y olvida los detalles triviales; atento a las cualidades interiores, pierde de vista las exteriores. Ve lo que quiere ver y no lo que no quiere ver. Mira las cosas que debe mirar y descuida las que no es necesario mirar.

APRENDIZAJES

«El cuento del predicador» (anónimo), «El agua del Paraíso» (anónimo árabe) y «Cuento zen» (D. J. Salinger) parecen transmitir en particular algún tipo de enseñanza (independientemente de que pudiera haberlas en las historias anteriores).

  • «Cuento zen», que ya hemos mencionado más arriba (y por cierto ya hay en la cita realizada algo de la enseñanza), se inscribe en esta sección porque (pese al pensamiento del gobernante que recrimina al beduino que le recomendó un mejor vendedor de caballos que él) concluye reafirmando el valor que el beduino le ha dado a quien considera superior a sí mismo en habilidades y ello se pone de manifiesto en el final de la historia

«Ese amigo tuyo —dijo— a quien le encargué que me buscara un caballo, se ha hecho un buen lío. ¡Ni siquiera sabe distinguir el color o el sexo de un animal! ¿Qué diablos puede saber de caballos?» (…) Kao es un juez tan perspicaz en materia de caballos, que puede juzgar de algo más que de caballos.»
Cuando el caballo llegó, resultó ser un animal superior.

  • «El cuento del predicador» representa la típica historia en la que el «alumno» cree haber superado al maestro y más aún si además de aprender de él es más poderoso. Sin embargo, también el alumno deberá aprender que la lección final quizás no le ha llegado y la situación pueda cambiar algún día

“Te falta algo para igualarte a mí, oh hombre insensato. Cuando llegues al grado de pobreza en el que estoy yo, cuando hayas llegado a mi pueblo tras un penoso camino y te arrojen de él como tú haces conmigo, cuando te veas errante por los secos caminos del desierto con el corazón triste y rotas tus esperanzas, cuando sientas al final de tus días que el desprecio se arroja sobre tu alma, entonces podrás decir con verdad que me igualas o incluso que eres mayor que yo”.

FANTASMAS/APARICIONES

Aunque tienen un mecanismo de funcionamiento diferente, las historias con este tipo de personajes siempre están tratando de explicar alguna presencia y, en especial, su persistencia. «La voz del silencio» (Gustavo Adolfo Bécquer) proviene de la tradición toledana; «Apariciones» (Max Valdés) -si no lo es- se presenta como una de las que denominamos «leyendas urbanas».

  • La historia de una mujer que siglos atrás habría quedado encerrada en un lugar donde resuenan voces a la hora del Angelus es lo que mueve al narrador de «La voz del silencio» a sentirse atraído más allá de cualquier explicación que pudieran darle

La leyenda cuenta que desde entonces todas las noches un fantasma blanco con formas de mujer vaga por el ruinoso caserón, y se escuchan confusas voces mezcladas de maldición y lamento. Y la misma leyenda cree ver en el blanco fantasma a la bella mujer del mercader avaro.

  • «Apariciones» (Max Valdés) tiene un giro humorístico puesto que el plural del título no es casual: doña Javiera es un fantasma, pero también lo es cierto individuo mencionado en el texto. Uno al que, por cierto, no pueden atrapar ni vivos ni fantasmas

insisten en la presencia de un inusual homicida que habitó entre los años 1973 y 1988 y que aún no puede ser desenmascarado ni por los vivos ni por el espíritu de la infatigable Doña Javiera.

Por cierto, por el ámbito y tiempo que se mencionan en el cuento podría decirse que hay una alusión a la historia real por fuera de la ficción.

En otro orden en relación con los textos anteriores «La mariposa» (Salvador Elizondo), con esa inocente aclaración «composición escolar» parece inscribirse en las historias que intentan explicar, desde la visión de los niños, cómo o por qué suceden ciertos hechos de la Naturaleza y de dónde surgieron. No se trata de un insecto; es un mecanismo inventado por los chinos, con un ideograma mágico y que se comporta ante el narrador como debe hacerlo (aun si simulara estar muerta)

La está devorando el dios del mediodía que sólo se alimenta de viejas mariposas (…) dicen que las mariposas fueron inventadas, como todas las cosas que hay en China, por el Emperador Amarillo que vivió en la época legendaria del Fénix y a quien también se debe la invención de la escritura, de las mujeres y del mundo.

Magia y realidad en dos versiones quizás complementarias

“Acto de magia”

El mago Giorhini fue contratado por Vladimiro Montesinos para fiestas patrias. El pueblo peruano le pedía actos de magia jamás vistos. Giorhini levantó su varita mágica y dijo: “¡Que desaparezca la pobreza!” El pueblo en un segundo tenía dinero en abundancia. El mago otra vez agitó su varita y con un gesto dijo: “¡A la cuenta de tres que desaparezca la corrupción!” 1, 2 y justo cuando iba a decir 3 Montesinos hizo un gesto con la mano y desapareció Giorhini.

BENZO, ALBERTO (Argentina) Fuente En tanto consiga datos acerca del autor (quizás improbable porque no me consta que haya seguido escribiendo), el link dirige a otra entrada en la que se explica de dónde procede este texto (como otros tantos que hay en ese artículo).

Cuento sin moraleja
Un hombre vendía gritos y palabras, y le iba bien, aunque encontraba mucha gente que discutía los precios y solicitaba descuentos. El hombre accedía casi siempre, y así pudo vender muchos gritos de vendedores callejeros, algunos suspiros que le compraban señoras rentistas, y palabras para consignas, esloganes, membretes y falsas ocurrencias.
Por fin el hombre supo que había llegado la hora y pidió audiencia al tiranuelo del país, que se parecía a todos sus colegas y lo recibió rodeado de generales, secretarios y tazas de café.
-Vengo a venderle sus últimas palabras -dijo el hombre-. Son muy importantes porque a usted nunca le van a salir bien en el momento, y en cambio le conviene decirlas en el duro trance para configurar fácilmente un destino histórico retrospectivo. -Traducí lo que dice- mandó el tiranuelo a su intérprete. -Habla en argentino, Excelencia. -¿En argentino? ¿Y por qué no entiendo nada? -Usted ha entendido muy bien -dijo el hombre-. Repito que vengo a venderle sus últimas palabras.
El tiranuelo se puso en pie como es de práctica en estas circunstancias, y reprimiendo un temblor, mandó que arrestaran al hombre y lo metieran en los calabozos especiales que siempre existen en esos ambientes gubernativos. -Es lástima- dijo el hombre mientras se lo llevaban-. En realidad usted querrá decir sus últimas palabras cuando llegue el momento, y necesitará decirlas para configurar fácilmente un destino histórico retrospectivo. Lo que yo iba a venderle es lo que usted querrá decir, de modo que no hay engaño. Pero como no acepta el negocio, como no va a aprender por adelantado esas palabras, cuando llegue el momento en que quieran brotar por primera vez y naturalmente, usted no podrá decirlas. -¿Por qué no podré decirlas, si son las que he de querer decir? -preguntó el tiranuelo ya frente a otra taza de café. -Porque el miedo no lo dejará -dijo tristemente el hombre-. Como estará con una soga al cuello, en camisa y temblando de frío, los dientes se le entrechocaran y no podrá articular palabra. El verdugo y los asistentes, entre los cuales habrá alguno de estos señores, esperarán por decoro un par de minutos, pero cuando de su boca brote solamente un gemido entrecortado por hipos y súplicas de perdón (porque eso sí lo articulará sin esfuerzo) se impacientarán y lo ahorcarán.
Muy indignados, los asistentes y en especial los generales, rodearon al tiranuelo para pedirle que hiciera fusilar inmediatamente al hombre. Pero el tiranuelo, que estaba-pálido-como-la-muerte, los echó a empellones y se encerró con el hombre, para comprar sus últimas palabras.
Entretanto, los generales y secretarios, humilladísimos por el trato recibido, prepararon un levantamiento y a la mañana siguiente prendieron al tiranuelo mientras comía uvas en su glorieta preferida. Para que no pudiera decir sus últimas palabras lo mataron en el acto pegándole un tiro. Después se pusieron a buscar al hombre, que había desaparecido de la casa de gobierno, y no tardaron en encontrarlo, pues se paseaba por el mercado vendiendo pregones a los saltimbanquis. Metiéndolo en un coche celular, lo llevaron a la fortaleza, y lo torturaron para que revelase cuáles hubieran podido ser las últimas palabras del tiranuelo. Como no pudieron arrancarle la confesión, lo mataron a puntapiés.
Los vendedores callejeros que le habían comprado gritos siguieron gritándolos en las esquinas, y uno de esos gritos sirvió más adelante como santo y seña de la contrarrevolución que acabó con los generales y los secretarios. Algunos, antes de morir, pensaron confusamente que todo aquello había sido una torpe cadena de confusiones y que las palabras y los gritos eran cosa que en rigor pueden venderse pero no comprarse, aunque parezca absurdo.
Y se fueron pudriendo todos, el tiranuelo, el hombre y los generales y secretarios, pero los gritos resonaban de cuando en cuando en las esquinas.

NOTA: Antes de elaborar el artículo, para el que haya encontrado «Cuento sin moraleja» (Julio Cortázar) en otras entradas en relación con diferentes temas, quisiera aclarar que lamentablemente ahora que lo reviso observo que faltan algunas tildes. Si tengo oportunidad, volveré a esas entradas a subsanar la falta. Gracias (las hubiera dado también si me hacían el comentario al respecto) por confiar en mis artículos pese a descuidos de ese estilo.

CORTÁZAR, JULIO (Argentina 1914-1984)

El protagonismo en estos dos cuentos está repartido entre el lenguaje y personajes con algún tipo de poder (simbólico o político) ante situaciones extremas.

«Acto de magia» (Alberto Benzo) nos conecta con los riesgos de quienes transgreden de algún modo las normas de quien ejerce el poder: quien actúa como mago (y ya ese dato lo coloca fuera de las reglas de la realidad) pronuncia frases contra la pobreza, la corrupción.

Giorhini levantó su varita mágica y dijo: “¡Que desaparezca la pobreza!” El pueblo en un segundo tenía dinero en abundancia.

Es notorio (por el contexto en que se desarrolla la historia, así como en otras con características similares) que su acto está condenado a ponerlo en riesgo, lo que finalmente se cumple. Además, como todo acto de magia, las frases pronunciadas pertenecen al ámbito de lo ilusorio, de lo increíble e irreal.

“¡A la cuenta de tres que desaparezca la corrupción!” 1, 2 y justo cuando iba a decir 3 Montesinos hizo un gesto con la mano y desapareció Giorhini.

No depende, evidentemente, de su magia que se cumplan los actos que pronuncia; alguien más tiene el poder de permitir que sucedan.

El hecho de traer este cuento junto con el de Julio Cortázar («Cuento sin moraleja») está vinculado con dos cuestiones ya señaladas y que también se ponen en juego en el texto de este escritor: el lenguaje y el poder.

No me parecen relevantes como diferencias el hecho de que el vendedor de palabras no sufra el mismo final que el mago del relato de Benzo o el valor que tienen las palabras (a punto tal que el tiranuelo se asegura primero de escuchar al vendedor antes de cualquier decisión)

Pero el tiranuelo, que estaba-pálido-como-la-muerte, los echó a empellones y se encerró con el hombre, para comprar sus últimas palabras.
Entretanto, los generales y secretarios, humilladísimos por el trato recibido, prepararon un levantamiento y a la mañana siguiente prendieron al tiranuelo mientras comía uvas en su glorieta preferida. Para que no pudiera decir sus últimas palabras lo mataron en el acto pegándole un tiro.

No es que no sean elementos importantes. Sin embargo, me parece interesante destacar que el poder del lenguaje excede los límites del palacio (antes y después de los sucesos con el tiranuelo) en el texto de Julio Cortázar

El hombre accedía casi siempre, y así pudo vender muchos gritos de vendedores callejeros, algunos suspiros que le compraban señoras rentistas, y palabras para consignas, esloganes, membretes y falsas ocurrencias (…) Los vendedores callejeros que le habían comprado gritos siguieron gritándolos en las esquinas, y uno de esos gritos sirvió más adelante como santo y seña de la contrarrevolución que acabó con los generales y los secretarios.

Y también la presencia de la corrupción en ambas narraciones: como ejecutora de la desaparición del «imprudente» mago («Acto de magia»)

1, 2 y justo cuando iba a decir 3 Montesinos hizo un gesto con la mano y desapareció Giorhini.

y como motor de la situación que desencadena en la muerte del tiranuelo para evitar que diga SUS ÚLTIMAS PALABRAS («Cuento sin moraleja»)

Entretanto, los generales y secretarios, humilladísimos por el trato recibido, prepararon un levantamiento (…) Para que no pudiera decir sus últimas palabras lo mataron en el acto pegándole un tiro. Después se pusieron a buscar al hombre (…) Metiéndolo en un coche celular, lo llevaron a la fortaleza, y lo torturaron para que revelase cuáles hubieran podido ser las últimas palabras del tiranuelo. Como no pudieron arrancarle la confesión, lo mataron a puntapiés.

Una última aclaración: si bien el final que les toca al mago y al vendedor de palabras no son similares en un primer momento (uno es desaparecido por el que lo contrató; al otro lo atacan los personajes que acompañaban al tiranuelo una vez que no consiguen de él lo que desean), no sólo por contexto sino por la vinculación con el universo extraliterario con el que conectan estas historias es lógico entender que tienen el mismo valor de DESHACERSE de lo que molesta tanto si se habla de DESAPARICIÓN o MUERTE (posterior a la TORTURA).

No nos une el amor sino el espanto… de la muerte

Cuento de horror
La señora Smithson, de Londres (estas historias siempre ocurren entre ingleses) resolvió matar a su marido, no por nada sino porque estaba harta de él después de cincuenta años de matrimonio. Se lo dijo:
-Thaddeus, voy a matarte.
-Bromeas, Euphemia -se rió el infeliz.
-¿Cuándo he bromeado yo?
-Nunca, es verdad.
-¿Por qué habría de bromear ahora y justamente en un asunto tan serio?
-¿Y cómo me matarás? -siguió riendo Thaddeus Smithson.
-Todavía no lo sé. Quizá poniéndote todos los días una pequeña dosis de arsénico en la comida. Quizás aflojando una pieza en el motor del automóvil. O te haré rodar por la escalera, aprovecharé cuando estés dormido para aplastarte el cráneo con un candelabro de plata, conectaré a la bañera un cable de electricidad. Ya veremos.
El señor Smithson comprendió que su mujer no bromeaba. Perdió el sueño y el apetito. Enfermó del corazón, del sisema nervioso y de la cabeza. Seis meses después falleció. Euphemia Smithson, que era una mujer piadosa, le agradeció a Dios haberla librado de ser una asesina.

DENEVI, MARCO (Argentina 1922-1998)

Hasta que la muerte nos separe
Cierto día apareció la esposa y le dijo:
─Hoy va a morir un hombre.
─¿Y cómo lo sabes? ─preguntó el esposo.
─Porque lo acabo de soñar.
─¿Y quién es ese hombre?
─¿Qué importa eso si de todos modos va a morir?
─Por un momento, lo vi bajo y gordo como tú, pero también lo vi alto y flaco. Era un sueño, y en los sueños, las montañas a veces son cuadradas, y el sol puede ser verde y hasta triple, y las mujeres o los gobiernos, aunque parezca extraño, pueden tener una cabeza y pensar. Como te dije, no sé quién es el hombre que va a morir, sólo sé que es un hombre y que va a morir.
“No se atreve a decirme que ese hombre soy yo. Pero está todo tan claro como que el día se me está oscureciendo”, pensó el esposo y se empezó a enfermar gravemente. Cuando apenas le quedaba una noche de aliento, la esposa le preguntó:
─¿Cómo adivinaste que eras tú mismo quien iba a morir?
─ Porque siempre me has amado intensamente ─dijo el hombre─. ¿Y con quién otro habrías podido soñar sino conmigo?
Y agregó:
─Pero como yo también te amo intensamente, antes de morirme voy a soñar contigo.

MANDRINI, EUGENIO (Argentina)

Cuando se trata de historias con familiares o personas cercanas, generalmente hay una tendencia a la necesidad de deshacerse del otro por razones diversas. En el caso de los textos anteriores, no se trata de la suegra, de un amigo traidor… sino del cónyuge.

«Cuento de horror» (Marco Denevi) nos predispone a encontrarnos con un ambiente fantástico, con hechos inexplicables…. pero, pese a la forma en que sucede la muerte de Mr. Smithson, el desarrollo nos da cuenta de que todo está ligado con acciones (y deseos reales) de su esposa. Habíamos ya hablado de este cuento comparándolo con otro del mismo autor por la forma en que se juega (desde el título) con las expectativas de lectura: cuento realista/cuento fantástico.

El señor Smithson comprendió que su mujer no bromeaba. Perdió el sueño y el apetito. Enfermó del corazón, del sisema nervioso y de la cabeza. Seis meses después falleció. Euphemia Smithson, que era una mujer piadosa, le agradeció a Dios haberla librado de ser una asesina.

«Cuento de horror»

«Hasta que la muerte nos separe» (Eugenio Mandrini) ya muestra en el título una de las cartas del juego: es imposible no reconocer la frase en referencia a una pareja o matrimonio. Pero también es esa muerte la que se espera que suceda. La diferencia, claro, reside en que ambos personajes terminan teniendo las mismas intenciones, lo que no ha podido planear el personaje masculino de «Cuento de horror».

─¿Cómo adivinaste que eras tú mismo quien iba a morir?
─ Porque siempre me has amado intensamente ─dijo el hombre─. ¿Y con quién otro habrías podido soñar sino conmigo?
Y agregó:
─Pero como yo también te amo intensamente, antes de morirme voy a soñar contigo.

«Hasta que la muerte nos separe»

También es cierto que en el relato de Marco Denevi la señora Smithson le declara directamente a su esposo lo que inexorablemente piensa realizar (aun cuando él no lo crea al comienzo). En cambio, en la historia de Eugenio Mandrini todo se desenvuelve a partir de la confesión de un sueño en el que alguien muere, hecho que desencadena la reflexión del otro personaje y la consecuente decisión final que corrobora la frase del título.

Cualquiera de los dos relatos podría, quizás, llevar un título similar al de Marco Denevi: no hay en los personajes ni un atisbo de culpa, tristeza, duda acerca de lo que sucederá. Es cierto que el final de «Hasta que la muerte nos separe» no explicita que el o los sueños se hayan cumplido, pero si así es (y esto es parte de lo que el lector repone como colaborador en el status del relato) no ha habido en esta historia ni un instante en el que la posibilidad de la muerte haya afectado los sentimientos de los personajes. En «Cuento de horror», donde además uno solo de los personajes está en riesgo, la mujer sabe (y el lector también) lo que ha provocado aunque agradezca no ser una ASESINA.

-Thaddeus, voy a matarte (…)
-¿Por qué habría de bromear ahora y justamente en un asunto tan serio?
-¿Y cómo me matarás? -siguió riendo Thaddeus Smithson.
-Todavía no lo sé. Quizá poniéndote todos los días una pequeña dosis de arsénico en la comida. Quizás aflojando una pieza en el motor del automóvil. O te haré rodar por la escalera, aprovecharé cuando estés dormido para aplastarte el cráneo con un candelabro de plata, conectaré a la bañera un cable de electricidad. Ya veremos.

«Cuento de horror»

Como te dije, no sé quién es el hombre que va a morir, sólo sé que es un hombre y que va a morir.
“No se atreve a decirme que ese hombre soy yo. Pero está todo tan claro como que el día se me está oscureciendo”, pensó el esposo y se empezó a enfermar gravemente.

«Hasta que la muerte nos separe»

Aunque ambos hombres (el señor Smithson en «Cuento de horror» y el narrador en «Hasta que la muerte nos separe») enferman al tomar conciencia de su destino, sólo el narrador del cuento de Eugenio Mandrini reacciona y elabora un plan, con las similitudes del que su esposa le expuso.

Una situación: experiencias complementarias (y no tanto)

Es curioso. Cuando revisaba material de los cuentos que he recopilado y pensaba próximos artículos, de pronto se entrecruzaron estos dos textos (creo que tengo por ahí algún otro que rescatar porque se aproxima a aquello de lo que vamos a hablar). Lo que no imaginé en ese momento es que al publicarlo nos encontraríamos en el contexto histórico de estos días, en los que las contiendas entre países ponen en jaque varias de nuestras reflexiones.

Juan López y John Ward
Les tocó en suerte una época extraña.
El planeta había sido parcelado en distintos países, cada uno provisto de lealtades, de queridas memorias, de un pasado sin duda heroico, de derechos, de agravios, de una mitología peculiar, de próceres de bronce, de aniversarios, de demagogos y de símbolos. Esa división, cara a los cartógrafos, auspiciaba las guerras.
López había nacido en la ciudad junto al río inmóvil; Ward, en las afueras de la ciudad por la que caminó Father Brown. Había estudiado castellano para leer el Quijote.
El otro profesaba el amor de Conrad, que le había sido revelado en una aula de la calle Viamonte.
Hubieran sido amigos, pero se vieron una sola vez cara a cara, en unas islas demasiado famosas, y cada uno de los dos fue Caín, y cada uno, Abel.
Los enterraron juntos. La nieve y la corrupción los conocen.
El hecho que refiero pasó en un tiempo que no podemos entender.

Jorge Luis Borges

JORGE LUIS BORGES (Argentina 1899-1986)

Miedo a la oscuridad
Yo estoy último en la fila, soy el único que no lleva guardapolvo y espero mi turno para saludar a uno de los soldados que, inclinados en medio del patio, reciben las cartas y los chocolates que les entregan mis compañeros de jardín.
La escena, que parece sacada de un sueño o de una película argentina, es una de las que recuerdo de los meses de abril y mayo de 1982. En otra de esas escenas, que hoy se me aparecen como irreales, mi mamá y yo caminamos de la mano por la ciudad vacía y completamente a oscuras. Ella está vestida sólo con una bata y un camisón. Yo tengo un pijama grueso y un pulóver, y siento cómo el ruido de nuestras zapatillas retumba en la vereda.
Como los ingleses amenazaron con tirar una bomba sobre Bahía Blanca, la municipalidad ordenó encender la menor cantidad posible de luces interiores, dejar siempre apagadas las exteriores y, salvo algún caso de emergencia, no salir a la calle después del anochecer. Hay que cubrir todas las ventanas con cartones o papel madera, y tapar los focos de los autos con una tela oscura que reparten en los negocios. Hay que evitar que desde los aviones se den cuenta de que acá abajo hay una ciudad; cualquier mínimo reflejo de luz puede provocar que se cumpla la amenaza.
Desafiando al estado de sitio militar y sin cambiarnos, sin temor a cruzarnos con algún vecino, mi mamá y yo salimos a la calle. Alumbrados sólo por la luna caminamos media cuadra, y nos quedamos un rato en la esquina con las miradas en el cielo. Desde mis ojos de cinco años veo seguramente muchas más cosas que ella: veo, también ahora mientras escribo, aviones y helicópteros ingleses que vuelan muy bajo. Aunque cuesta distinguir las siluetas de los autos a cincuenta metros de distancia, veo y siento el eco de una tropa argentina que avanza hacia nosotros desde el fondo de la calle. Imagino el patio del jardín de infantes a esa hora de la noche, y los cuartos silenciosos de mis amigos que, si pudieron vencer el miedo a la oscuridad, ya deben estar durmiendo.

MOLINA, IGNACIO (Argentina 1976)

Antes que nada, una breve observación: el cuento de Ignacio Molina apareció en una compilación que ya he citado en otras oportunidades y que utilicé para una entrada en relación con una fecha significativa para la República Argentina (24 de marzo de 1976). Les dejo a continuación el enlace a una de las entradas en las que se trabajó con la imagen de la identidad.

En estos dos relatos las islas Malvinas, motivo de debate y de reclamo constante de la República Argentina ante diferentes naciones (independientemente de que se encuentren en poder de la tutela británica), son el eje que marca el interés de nuestros escritores.

No es sólo que uno haya escogido un narrador en primera persona (que relata hechos muy vinculados con experiencias escuchadas en entrevistas, vistas en documentales y hasta leídas en diferentes publicaciones) lo necesario para lograr una cierta empatía con el personaje y determinado intimismo en relación con los sucesos

Alumbrados sólo por la luna caminamos media cuadra, y nos quedamos un rato en la esquina con las miradas en el cielo. Desde mis ojos de cinco años veo seguramente muchas más cosas que ella: veo, también ahora mientras escribo, aviones y helicópteros ingleses que vuelan muy bajo.

«Miedo a la oscuridad»-Ignacio Molina

De hecho, si observamos el cuento de Borges nos damos cuenta de que el mismo efecto lo ha logrado con una estrategia muy diferente: los personajes enfrentados (un inglés y un argentino), como en un juego de dobles (o doppelghanger), terminan mostrándonos que son iguales. De este modo, nos queda la conclusión de que tomar partido por uno de los dos sería como dejar de lado parte de la personalidad de un ser que es uno (aunque diverso a la vez)

Hubieran sido amigos, pero se vieron una sola vez cara a cara, en unas islas demasiado famosas, y cada uno de los dos fue Caín, y cada uno, Abel.
Los enterraron juntos. La nieve y la corrupción los conocen.

«Juan López y John Ward»-Jorge Luis Borges

Lo que además es cierto es que en ambas historias sobrevuela el miedo y la incertidumbre, mencionados o no en el título. En uno, en la mirada de un niño de cinco años (pero que refleja la experiencia de toda una población); en el otro, resulta tal vez determinante la voz del narrador ubicando la acción en un mundo poblado de símbolos, nacionalismos y en donde tiene protagonismo también la corrupción

Como los ingleses amenazaron con tirar una bomba sobre Bahía Blanca, la municipalidad ordenó encender la menor cantidad posible de luces interiores, dejar siempre apagadas las exteriores y, salvo algún caso de emergencia, no salir a la calle después del anochecer.

«Miedo a la oscuridad»

El planeta había sido parcelado en distintos países, cada uno provisto de lealtades, de queridas memorias, de un pasado sin duda heroico, de derechos, de agravios, de una mitología peculiar, de próceres de bronce, de aniversarios, de demagogos y de símbolos. Esa división, cara a los cartógrafos, auspiciaba las guerras.

«Juan López y John Ward»

El personaje de «Miedo a la oscuridad» reproduce situaciones conocidas relacionadas con 1982: Bahía Blanca, los militares, la colaboración de la población con los combatientes (ropa, chocolates….) para apoyar a sus soldados. También la imagen de que en esos momentos sus compañeros han de estar ya durmiendo.

Imagino el patio del jardín de infantes a esa hora de la noche, y los cuartos silenciosos de mis amigos que, si pudieron vencer el miedo a la oscuridad, ya deben estar durmiendo.

El narrador de «Juan López y John Ward» no escapa a lo que se dijo anteriormente: se sabe que las islas a las que se hace referencia son las que reavivaron el enfrentamiento en 1982 entre Argentina y Gran Bretaña. Sin embargo, la mirada en espejo de los personajes, esos seres que intercambian algunos atributos con el otro, pareciera también decirnos que, como en esta ocasión, quienes son adversarios en conflictos bélicos no dejan de ser complementarios de una u otra forma.

López había nacido en la ciudad junto al río inmóvil; Ward, en las afueras de la ciudad por la que caminó Father Brown. Había estudiado castellano para leer el Quijote.
El otro profesaba el amor de Conrad, que le había sido revelado en una aula de la calle Viamonte.

Acerca de la vida y la muerte (y su origen)

La muerte

El primero de los indios modoc, Kumokums, construyó una aldea a las orillas del río. Aunque los osos tenían donde acurrucarse y dormir, los ciervos se quejaban de que había mucho frío y no había hierba abundante.

Kumokums alzó otra aldea lejos de allí, y decidió pasar la mitad del año en cada una. Por eso partió el año en dos, seis lunas de verano y seis de invierno, y la luna que sobraba quedó destinada a las mudanzas.

De lo más feliz resultó la vida, alternada entre las dos aldeas, y se multiplicaron asombrosamente los nacimientos; pero los que morían se negaban a irse, y tan numerosa se hizo la población que ya no había manera de alimentarla.

Kumokums decidió, entonces, echar a los muertos. Él sabía que el jefe del país de los muertos era un gran hombre y que no maltrataba a nadie.

Poco después murió la hijita de Kumokums. Murió sí, se fue del país de los modoc, tal como su padre había ordenado.

Desesperado, Kumokums consultó al puercoespín.

-Tú lo decidiste -opinó el puercoespín- y ahora debes sufrirlo como cualquiera.

Pero Kumokums viajó hacia el lejano país de los muertos y reclamó a su hija.

-Ahora tu hija es mi hija -dijo el gran esqueleto que mandaba allí-. Ella no tiene carne ni sangre. ¿Qué puede hacer ella en tu país?

-Yo la quiero como sea -dijo Kumokums.

Largo rato meditó el jefe del país de los muertos.

-Llévatela -admitió. Y advirtió:

-Ella caminará detrás de ti. Al acercarse al país de los vivos, la carne volverá a cubrir sus huesos. Pero tú no podrás darte vuelta hasta que hayas llegado. ¿Me entiendes? Te doy esta oportunidad.

Kumokums emprendió la marcha. La hija caminaba a sus espaldas.

Cuatro veces le tocó la mano, cada vez más carnosa y cálida, y no miró hacia atrás. Pero cuando ya asomaban, en el horizonte, los verdes bosques, no aguantó las ganas y volvió la cabeza. Un puñado de huesos se derrumbó ante sus ojos.

EDUARDO GALEANO (Uruguay 1940-2015)

La almohada

«Una noche que no podía dormir mamá me puso «Viaje al centro de la Tierra» debajo de la almohada, y me dijo que si me dormía rápido soñaría con esas aventuras. Y como aquella noche soñé que descendí hasta el centro de la Tierra, desde entonces nunca dejé de colocar debajo de mi almohada los libros, cómics y revistas con los que deseaba soñar. Cuando entré en la universidad descubrí encantado que el truco también funcionaba con los apuntes, los videos y las fotos de mis compañeras. Así me gradué con honores, gané dinero y conseguí todo lo que me propuse, hasta esta noche en que mi esposa me ha amenazado con dejarme si no tiro a la basura mi vieja almohada de cuando era chico. Al menos he logrado que duerma con ella hasta mañana, para que descubra por qué me gusta tanto.

No se imagina lo que he puesto debajo»

FERNANDO IWASAKI CAUTI (Perú 1961)

Crianzas

Siempre imagino que mi madre tiene nada más que venticinco años (la edad que ella tenía cuando yo nací), de ahí, que me enfurezca si la oigo arrastrar los pies, cloquear, toser o pensar como una vieja. No entiendo por qué a los venticinco años le han salido arrugas ni me explico cómo siendo tan joven se acuesta tan temprano.

Si en algún momento de pavorosa lucidez advierto que es una vieja, tal descubrimiento me llena de horror, por lo cual trato inmediatamente de expulsar dicho conocimiento de la luz de mi conciencia, de manera que enseguida recupera sus venticinco años.

Ella me trata a mí continuamente como si yo fuera una niña, por lo cual nos entendemos perfectamente.

No insisto en crecer, porque sé que es inútil: para nosotras dos, el tiempo se ha estacionado y ninguna cosa en el mundo podría hacerlo correr. Moriré de cinco años y ella de venticinco: a nuestros funerales asistirá una muchedumbre de ancianos niños y de niños que jamás llegaron a crecer.

CRISTINA PERI ROSSI (Uruguay 1941)

Loco amor

-Te va a matar, amor mío. “Cuidate, me dijo la última vez, si te veo con otro, ya verás” …

Pasaron los días y siempre le repetía lo mismo al momento de subirse al auto. “Te va a matar, amor mío, cuídate”.

Pero no le hacía caso. “Nadie arriesga su vida, ni la cárcel cuando un matrimonio de años ha terminado”, le contestaba.

Una mañana no alcanzó a decirle nada. Sólo dio un grito cuando cayó la cabeza al piso y desde atrás alguien le decía:

-Te lo advertí.

JAIME VALDIVIESO (Chile 1929-2019)

El arcoiris

Los enanos de la selva habían sorprendido a Yobuënahuaboshka en una emboscada y le habían cortado la cabeza.

A los tumbos, la cabeza regresó a la región de los cashinahua.

Aunque había aprendido a brincar y balancearse con gracia, nadie quería una cabeza sin cuerpo.

—Madre, hermanos míos, paisanos —se lamentaba—. ¿Por qué me rechazan? ¿Por qué se avergüenzan de mí?

Para acabar con aquella letanía y sacarse la cabeza de encima, la madre le propuso que se transformara en algo, pero la cabeza se negaba a convertirse en lo que ya existía. La cabeza pensó, soñó, inventó. La luna no existía. El arcoiris no existía.

Pidió siete ovillos de hilo, de todos los colores.

Tomó puntería y lanzó los ovillos al cielo, uno tras otro. Los ovillos quedaron enganchados más allá de las nubes; se desenrollaron los hilos, suavemente, hacia la tierra.

Antes de subir, la cabeza advirtió:

—Quien no me reconozca, será castigado. Cuando me vean allá arriba, digan: «¡Allá está el alto y hermoso Yobuënahuaboshka!»

Entonces trenzó los siete hilos que colgaban y trepó por la cuerda hacia el cielo.

Esa noche, un blanco tajo apareció por primera vez entre las estrellas. Una muchacha alzó los ojos y preguntó, maravillada: «¿Qué es eso?»

De inmediato un guacamayo rojo se abalanzó sobre ella, dio una súbita vuelta y la picó entre las piernas con su cola puntiaguda. La muchacha sangró. Desde ese momento, las mujeres sangran cuando la luna quiere.

A la mañana siguiente, resplandeció en el cielo la cuerda de los siete colores.

Un hombre la señaló con el dedo:

—¡Miren, miren! ¡Qué raro!

Dijo eso y cayó.

Y esa fue la primera vez que murió alguien.

EDUARDO GALEANO (Uruguay)

El soldado

Un soldado argentino que regresaba de las islas Malvinas al término de la guerra llamó a su madre por teléfono desde el regimiento de Palermo, en Buenos Aires, y le pidió autorización para llevar a casa a un compañero mutilado cuya familia vivía en otro lugar. Se trataba –según dijo– de un recluta de diecinueve años que había perdido una pierna y un brazo en la guerra y que además estaba ciego. La madre, feliz del retorno de su hijo con vida, contestó horrorizada que no sería capaz de soportar la visión del mutilado y se negó a aceptarlo en su casa. Entonces el hijo cortó la comunicación y se pegó un tiro: el supuesto compañero era él mismo que se había valido de aquella patraña para averiguar cuál sería el estado de ánimo de su madre al verlo llegar despedazado.

GABRIEL GARCÍA MÁRQUEZ (Colombia 1927-2014)

Oto de Aquisgrán
Cuentan que el emperador Oto de Aquisgrán era tan sumamente perfeccionista, que, acometiéndole una vez un agudo ataque de melancolía profundísima, y decidiendo en medio de tristes delirios acabar con su vida, tuvo tan extremado cuidado en dejar bien acabados y atados los asuntos de la corte, que antes de pasar a mejor vida, pasó años y años despachando con sus consejeros, firmando tratados, y recibiendo en mil audiencias.
Hasta el punto de que al fin todo en orden, el pobre emperador Oto, ya muy anciano y enfermo desde su lecho de muerte, no recordaba realmente el extraño motivo que le había tenido toda su vida sumido en aquel delirante y frenético ritmo de trabajo, no conocido jamás en ninguna corte imperial.

JULIA OTXOA (España 1953)

Constelación

Era un mendigo casi niño el que, montado en un caballo de palo, lavaba parabrisas durante las diástoles del tránsito. Alguien, para burlarse, lo llamó Pegaso, como el mágico corcel de las estrellas. Desde entonces, entre moneda y moneda, los dos miran hacia arriba, aunque el niño no sepa dónde queda Andrómeda, ni la cabalgadura recuerde la sangre de Medusa.

En la alta noche el camión los embistió. El niño-pegaso y el pegaso-equino se incorporaron al sentir que se vaciaba sobre ellos el goteo de las constelaciones. Entonces fue cuando vieron al tropel de nubes y brujas sobrevolar el Ávila.

las brujas jineteaban caballitos de palo,

tenían rostros de piedara y de maíz tostado,

ya no recordaban la hoguera

ni las cosas más cercanas a la tierra,

tal vez sólo era

una bandada de murciélagos que anunciaba lluvia.

Abajo, el inútil semáforo parpadeó luces azules. Arriba, la cabalgata reverberó relinchos y risas de brujas que se alejaban al galope. Cuando por fin las alcanzó, el caballito de palo casi no sentía el peso del jinete.

JOSÉ ANTONIO SÁEZ (Uruguay)

El asno de Kuichu

En la remota Kuichú, nunca en la vida se había visto un asno, hasta que uno de sus vecinos más singulares decidió comprarse un ejemplar durante uno de sus viajes. Un capricho al que no le encontraba ningún uso y que terminó abandonado en las montañas.

Un tigre que por allí pasaba, al ver un ser tan raro, pensó que se trataba de la representación de algún tipo de divinidad. Cada día que tenía que pasar por la zona, se escondía en los arbustos, para evitar cruzar su mirada con aquel ser.

Semanas después de su primer contacto, el asno rebuznó con tanta potencia, que el tigre salió corriendo a toda velocidad del lugar. Como vio que seguía y que nada malo sucedía, se volvió a observarlo con más detenimiento.

Los días iban pasando y el asno continuaba con su lastimera cantilena. Acostumbrado a los extraños sonidos del extraño, el tigre se fue acercando cada vez más cerca. Tanto se acercó al asno, que el animal terminó por darle una enorme coz. Sorprendido por una reacción tan terrenal, el tigre se lanzó sobre el asno, devorándolo en unas horas.

¡Pobre asno! Tan invencible y terrorífico que parecía. Si en lugar de atacar al tigre, hubiera aguantado pacientemente sus bromas, este jamás le hubiera devorado. Pero con su acción, lo único que provocó, fue su muerte.

ANÓNIMO (China)

La monja y el río

Nunca pude escribir la historia de esa monjita de Pereira que me contó el doctor Uribe. Era sobre una niñita que había quedado huérfana a los dos años, y desde entonces vivía enclaustrada en el convento, sin ver el mundo. Ahora tenía veinte, y estaba enferma, y quizá iba a morir. Al convento sólo podía entrar un hombre, y eso en casos desesperados. Ese hombre era mi amigo, el médico, una especie de patriarca, el único mortal con licencia para penetrar en aquellos muros inexpugnables. Cuando examinó a la monjita en su lecho, ella tenía el rostro oculto tras un velo negro, como usan las mujeres en Oriente. A través del velo se podía adivinar una belleza lánguida que lentamente se extinguía en la fiebre. El médico, que sólo hacía preguntas profesionales, se atrevió a preguntar a la monjita algo que lindaba en los terrenos de la poesía, y que podía quedar como la expresión de su última voluntad. Era esto:

—Monjita, ¿qué es lo que más te gustaría conocer del mundo de afuera?

Y ella contestó dulcemente:

—Un río.

GONZALO ARANGO. (Colombia 1931-1976)

La oveja (relato de la infancia)

Una vez buscando los pequeños objetos y los minúsculos seres de mi mundo en el fondo de mi casa en Temuco, encontré un agujero en una tabla del cercado. Miré a través del hueco y vi un terreno igual al de mi casa, baldío y silvestre. Me retiré unos pasos, porque vagamente supe que iba a pasar algo.

De pronto apareció una mano. Era la mano pequeñita de un niño de mi misma edad. Cuando acudí no estaba la mano porque en lugar de ella había una maravillosa oveja blanca. Era una oveja de lana desteñida. Las ruedas se habían escapado. Todo esto lo hacía más verdadera. Nunca había visto yo una oveja tan linda. Miré por el agujero, pero el niño había desaparecido. Fui a mi casa y volví con un tesoro que le dejé en el mismo sitio: una piña de pino, entreabierta, olorosa y balsámica, que yo adoraba. La dejé en el mismo sitio y me fui con la oveja. Nunca más vi la mano ni el niño.

Nunca tampoco he vuelto a ver una ovejita como aquélla. La perdí en un incendio. Y aún ahora en este 1954, muy cerca de los cincuenta años, cuando paso por una juguetería, miro aún furtivamente a las ventanas. Pero es inútil. Nunca más se hizo una oveja como aquélla. Yo he sido un hombre afortunado. Conocer la fraternidad de nuestros hermanos es una maravillosa acción de la vida. Conocer el amor de los que amamos es el fuego que alimenta la vida. Pero sentir el cariño de los que no conocemos, de los desconocidos que están velando nuestro sueño y nuestra soledad, nuestros peligros o nuestros desfallecimientos, es una sensación aún más grande y más bella porque extiende nuestro ser y abarca todas las vidas. Aquella ofrenda traía por primera vez a mi vida un tesoro que me acompañó más tarde: la solidaridad humana. La vida iba a ponerla en mi camino más tarde, destacándola contra la adversidad y la persecución.

No sorprenderá entonces que yo haya tratado de pagar con algo balsámico, oloroso y terrestre la fraternidad humana. Así como dejé allí aquella piña de pino, he dejado en la puerta de muchos desconocidos, de muchos prisioneros, de muchos solitarios, de muchos perseguidos, mis palabras. Esta es la gran lección que recogí en el patio de una casa solitaria, en mi infancia. Tal vez sólo fue un juego de dos niños que no se conocen y que quisieron comunicarse los dones de la vida. Pero este pequeño intercambio misterioso se quedó tal vez depositado como un sedimento indestructible en mi corazón, encendiendo mi poesía.

PABLO NERUDA (Chile 1904-1973)

En otras ocasiones ya ha aparecido una compilación de textos con estas temáticas abordadas desde diferentes aspectos: Imágenes de la vida y la inmortalidad, El microrrelato latinoamericano: México (2), El relato latinoamericano: Argentina (12), entre otros posteos.

En el presente conjunto de relatos hay varios puntos de análisis por considerar:

IMÁGENES MITOLÓGICAS/ORÍGENES: Dos cuentos de Eduardo Galeano («La muerte» y «El arcoiris») y uno de José Antonio Sáez («Constelación») se relacionan en este sentido. Uno de ellos explica el origen de la muerte («El arcoiris»), otro nos muestra cómo las cosmogonías nativas latinoamericanas se vinculan con lo que conocemos de la mitología grecolatina («La muerte») y el restante nos recuerda visiones míticas que también podríamos relacionar con diferentes mitologías («Constelación»).

  • Así, entonces, aparece ante nosotros (en versión latinoamericana) la antigua historia de Orfeo y Eurídice en «La muerte», cuando Kukomus desea recuperar a su hija, que como todos los otros pobladores (cuando él creó un país para los «muertos» puesto que los vivos ocupaban mucho territorio y se multiplicaban) había hecho su camino hacia el reino de los muertos.

Pero Kumokums viajó hacia el lejano país de los muertos y reclamó a su hija (…) Cuatro veces le tocó la mano, cada vez más carnosa y cálida, y no miró hacia atrás. Pero cuando ya asomaban, en el horizonte, los verdes bosques, no aguantó las ganas y volvió la cabeza. Un puñado de huesos se derrumbó ante sus ojos.

  • En «Constelación» la imagen de Pegaso y el niño que una vez muerto cabalga en el cielo como lo había hecho en la tierra inaugura la imagen de una constelación, como en las antiguas historias míticas (que siempre explicaban el origen de algo del universo

Abajo, el inútil semáforo parpadeó luces azules. Arriba, la cabalgata reverberó relinchos y risas de brujas que se alejaban al galope. Cuando por fin las alcanzó, el caballito de palo casi no sentía el peso del jinete.

  • «El arcoiris», a diferencia de historias similares, no señala ese fenómeno como la presencia de algo esperanzador o anunciador de nuevos momentos. Es la marca con la que desafía un ser al que los enanos han decapitado; el primero que no pudo reconocerlo y nombrarlo fue el que dio origen a la muerte

—Quien no me reconozca, será castigado. Cuando me vean allá arriba, digan: «¡Allá está el alto y hermoso Yobuënahuaboshka!» (…) —¡Miren, miren! ¡Qué raro! Dijo eso y cayó. Y esa fue la primera vez que murió alguien.

PARTE/CONTRACARA DE LA VIDA: Acá considero cuatro historias que refieren diferentes momentos y distintas visiones de la relación vida muerte. «La monja y el río» (Gonzalo Arango), «El soldado» (Gabriel García Márquez), «La oveja» (Pablo Neruda) y «Crianzas» (Cristina Peri Rossi).

  • «El soldado» nos invoca directamente (sobre todo a aquellos que como yo recuerdan la Guerra de Malvinas) y nos señala la vida marcada por el momento de la muerte debido a la guerra

(…) Entonces el hijo cortó la comunicación y se pegó un tiro: el supuesto compañero era él mismo que se había valido de aquella patraña para averiguar cuál sería el estado de ánimo de su madre al verlo llegar despedazado.

  • Como contraparte, «La monja y el río» representa a una mujer que llega al momento de su muerte con la misma sencillez y naturalidad con la que ha vivido, tanto así que cuando se le pregunta cuál sería su deseo antes de llegar al momento final nos encontramos con la vinculación con la Naturaleza

—Monjita, ¿qué es lo que más te gustaría conocer del mundo de afuera?

Y ella contestó dulcemente:

—Un río.

  • En el texto de Cristina Peri Rossi una actitud infantil (en varios sentidos, incluyendo el hecho de que surja del pensamiento de alguien en su niñez) pareciera querer detener el tiempo en un punto en donde la muerte no pueda existir o al menos cause el menor dolor posible (sobre todo en relación con el alejamiento de seres queridos)

No insisto en crecer, porque sé que es inútil: para nosotras dos, el tiempo se ha estacionado y ninguna cosa en el mundo podría hacerlo correr. Moriré de cinco años y ella de venticinco: a nuestros funerales asistirá una muchedumbre de ancianos niños y de niños que jamás llegaron a crecer.

Crianzas
  • «La oveja» (Pablo Neruda), según mi modo de ver, contiene el tema sutilmente, casi como tratado en forma tangencial, sin que resulte lo más importante. Sin embargo, me interesa destacarlo porque los indicios que encuentro son los de una mirada ingenua (más inocente que la de «Crianzas»), que no demuestra notar que lo que no está quizás ya no exista

La dejé en el mismo sitio y me fui con la oveja. Nunca más vi la mano ni el niño (…) No sorprenderá entonces que yo haya tratado de pagar con algo balsámico, oloroso y terrestre la fraternidad humana. Así como dejé allí aquella piña de pino, he dejado en la puerta de muchos desconocidos, de muchos prisioneros, de muchos solitarios, de muchos perseguidos, mis palabras. Esta es la gran lección que recogí en el patio de una casa solitaria, en mi infancia (…)

LA MUERTE COMO INEXORABLE, AUN CUANDO PUEDA ANUNCIARSE O PREVENIRSE: «Loco amor» (Jaime Valdivieso) y «La almohada» (Fernando Iwasaki Cauti).

  • «Loco amor» pertenece a ese tipo de historias en que se sabe que lo que va a suceder, ocurrirá pese a todos los avisos y cuidados (en este caso la muerte, además avisada por quien la va a cometer) y sobre todo porque algo fallará infaliblemente; de este modo, aunque todos los días se haya cuidado a la posible víctima, el momento marcado llegará sin poder evitarlo

Una mañana no alcanzó a decirle nada. Sólo dio un grito cuando cayó la cabeza al piso y desde atrás alguien le decía:

-Te lo advertí.

  • «La almohada» deja un guiño al lector. El objeto que el narrador mantiene desde su infancia alude, en las palabras finales del personaje narrador, a un posible final que lleve a nuestro tema

(…) mi esposa me ha amenazado con dejarme si no tiro a la basura mi vieja almohada de cuando era chico. Al menos he logrado que duerma con ella hasta mañana, para que descubra por qué me gusta tanto.

No se imagina lo que he puesto debajo»

IR HACIA LA MUERTE/ESCAPAR DE ELLA: Sí, señalé antes la presencia del DECESO como inexorable. Pero también tenemos un par de relatos en los que la confrontación con la MUERTE puede ocurrir por la propia ignorancia, así como de pronto el momento anunciado para el fallecimiento puede quedar extrañamente postergado: «El asno de Kuichu» (anónimo chino) y «Oto de Aquisgrán» (Julia Otxoa).

  • Cuando alguien cree/sabe que está por morir uno espera que se sienta paralizado, pero puede suceder que por el contrario se apresure a realizar lo que cree que tiene pendiente. Sólo que en el cuento de Julia Otxoa, ante toda la actividad desplegada por el gobernante que desea dejar sus papeles en orden, la muerte pasa de largo hasta que el anciano ya ni recuerda por qué trabajó tanto durante todo ese tiempo

(…) decidiendo en medio de tristes delirios acabar con su vida, tuvo tan extremado cuidado en dejar bien acabados y atados los asuntos de la corte, que antes de pasar a mejor vida, pasó años y años despachando con sus consejeros, firmando tratados, y recibiendo en mil audiencias (…) Hasta el punto de que al fin todo en orden, el pobre emperador Oto, ya muy anciano y enfermo desde su lecho de muerte, no recordaba realmente el extraño motivo que le había tenido toda su vida sumido en aquel delirante y frenético ritmo de trabajo (…)

Oto de Aquisgrán
  • El asno que aparece en la historia anónima de origen chino («El asno de Kuichu») tiene su correlato en otras tradiciones con diferentes animales o seres que muestran cómo pueden ser considerados poderosos, temibles y peligrosos sólo porque no realizan ninguna acción o no hablan; lamentablemente todos ellos, ignorantes del efecto que han producido, en algún momento cometen el error de expresarse, instante en que la revelación de la verdadera naturaleza los conduce a su final. Así nuestro asno concluye su vida sin siquiera haber sabido que pudiera estar en riesgo

Semanas después de su primer contacto, el asno rebuznó con tanta potencia, que el tigre salió corriendo a toda velocidad del lugar (…) Acostumbrado a los extraños sonidos del extraño, el tigre se fue acercando cada vez más cerca. Tanto se acercó al asno, que el animal terminó por darle una enorme coz. Sorprendido por una reacción tan terrenal, el tigre se lanzó sobre el asno, devorándolo en unas horas (…) Si en lugar de atacar al tigre, hubiera aguantado pacientemente sus bromas, este jamás le hubiera devorado. Pero con su acción, lo único que provocó, fue su muerte.

El asno de Kuichu

Microposteos III

Las manos: expresiones en las que la polifonía hace de las suyas

A mano

El más tranquilo de los hombres, en el bar me consultan. Soy juicioso, por cierto. Acuclillado en el cajón de lustrador miro pasar la gente. O lustro. Conozco los zapatos de mis parroquianos.

«Estoy a mano con la vida», digo.

Ellos me admiran. Estoy a mano, es cierto.

A mi hijo —único— puse un nombre pensado. El del abuelo, el mío, y el que decía la verdad en tercer sitio. Carlos Fidel Deseado. Apellido, González. Pude costearle los estudios, escuela, colegio, medicina. Se recibió a los veintidós. Lo celebramos con asado. No faltó ni un vecino. Aquella noche lo mató un tranvía. Veintidós, ya lo dije.

Tardé treinta y seis años en vengarlo. Veneno. Uno por uno hasta llegar a veintidós. ¿Quién iba a sospechar? La nieta de mi hermana completó la cuenta.

Estoy a mano con la vida, es cierto. En calma, miro pasar la gente. Los mozos me consultan. Soy juicioso. Doy consejos, el corazón frío.

GALLARDO, SARA (Argentina 1931-1988)

Juegos de manos

Blancas, suaves, hacedoras, sus manos eran lo único que añoraba. Caía la noche cuando supo que debía recuperarlas. Sintió que con ellas devolvería la paz y el orden a su vida. Súbdito de una obsesión febril, transpuso de un salto las herrumbradas rejas del cementerio. Olisqueó los perfumes ácidos de cuerpos deshojados como crisantemos. Oyó los golpes sordos en las lápidas de los muertos antes de tiempo. Inmerso en un mar de tierra ultrajó el féretro como un botín. Contempló a las durmientes cruzadas, y con un relámpago seco de hacha cercenó la siesta de sus muñecas. Como si fueran dos medallas de la desgracia prendió las manos de ella a las solapas de su saco, rehízo la sepultura y se marchó a su casa. La interrupción de su descanso las había vuelto completamente irritables y malditas. Quiso quitarles el frío con agua tibia y las condenadas pestilen­tes le hundieron la cabeza en el lavabo para ahogarlo. Las manos de él lucharon bajo el agua contra las homicidas. Cuando volvió a respirar ya nada era igual. Un entendimiento más allá de las palabras unía frenéticamente a los diez pares de dedos. Lo esclavizaron. Sus propias manos como perras falderas seguían instrucciones precisas de aquellas maestras del terror. Mientras una se dejaba hacer la manicura, la otra lo amenazaba con una cuchilla de cocina. Lo ataron de pies y obligaron a tocar la pieza para piano a cuatro manos que a ella tanto le gustaba. La tocaron doscientas noventa y nueve veces, hasta que los dedos de él estallaron en sangre y aborreció para siempre a Brahms. Las manos de ella, impecables, asistieron a las otras: una curita en cada herida y un puñetazo en la boca del estómago de él, por cada nota equivocada. Terminó inconsciente de dolor, tendido sobre mosaicos en da­mero con el designio de una ficha trunca. Lo arrancaron del sueño las más espantosas cosquillas. Las macabras habían preparado una partida de ajedrez; al que perdía le arrancaban las orejas. Obviamente, habían arreglado las jugadas con las otras dos y él no encontró coraje para patear el tablero. Sin orejas, sangrando, en un grito y con una cinta de embalar en la boca, las muy malditas lo obligaron a jugar al póquer por miembros. No tuvo alternativa: habían sentado el hacha a la mesa. Temblaba todo, se le caían los mocos del miedo, y la mano dere­cha de ella con un revuelo de zamba le extendió un pañuelo. Concluyó el juego y las cuatro manos huyeron juntas. Demás está decir que las cartas que le habían tocado a él fueron malas.

MOROSI, ALBANA (Argentina 1970)

Dos escritoras argentinas, dos generaciones diferentes, dos expresiones bastante frecuentes: «estar a mano» y «juego de manos» (esta última no sólo aludiendo a lo lúdico, a la combinación –«tengo un juego de sábanas»– sino además a lo que de niños nos advierten –«no jueguen de manos»– en referencia a cuando nuestros gestos pueden ser agresivos o peligrosos.

El cuento de Sara Gallardo aparece como uno está acostumbrado a verlo en uso. Bien es cierto que «estar a mano» puede marcar una actitud positiva (por ejemplo: te ayudé y ahora ya no te debo un favor) o negativa (por ejemplo: te llevaste a mi esposa y ahora me quedé con la tuya; estamos a mano). No son necesarias muchas líneas para que asome en el cuento el verdadero espíritu con que el narrador (en 1° persona) enuncia su discurso: la venganza se desnuda en pocas líneas.

(…) Se recibió a los veintidós. Lo celebramos con asado. No faltó ni un vecino. Aquella noche lo mató un tranvía. Veintidós, ya lo dije. Tardé treinta y seis años en vengarlo. Veneno. Uno por uno hasta llegar a veintidós. ¿Quién iba a sospechar? La nieta de mi hermana completó la cuenta.

En el relato de Albana Morosi se alternan en ocasiones los dos significados que mencioné más arriba para la expresión «juego de manos». Sin embargo, ambos llevan el contexto de la historia a la misma dirección: la conspiración entre esos «juegos de manos» (pares de manos propias y ajenas que se alían) conduce a que todo juego ya no lo sea (en el sentido lúdico) sino que se convierta en un constante peligro para el personaje.

Un entendimiento más allá de las palabras unía frenéticamente a los diez pares de dedos. Lo esclavizaron (…)

Concluyó el juego y las cuatro manos huyeron juntas. Demás está decir que las cartas que le habían tocado a él fueron malas.

La situación: ¿un castigo para él? Quizás; al fin y al cabo, al comienzo del cuento se menciona a alguien que quiere recuperar sus manos (¿está muerto?) y un poco más adelante vemos que esas y otras que exhibe en su casa (que en teoría le son propias) son las que se rebelan y alían como si vieran en el personaje a algún tipo de adversario.

Las macabras habían preparado una partida de ajedrez; al que perdía le arrancaban las orejas. Obviamente, habían arreglado las jugadas con las otras dos y él no encontró coraje para patear el tablero.

La clave: la posibilidad de ambigüedad que nos da en el lenguaje un pronombre como SUS: al principio pasa desapercibido que no se trata de las propias sino de las de ELLAS; no es él el muerto pero sí le cae el peso de alguna forma de castigo o venganza por parte de la que ha fallecido.

(…) sus manos eran lo único que añoraba. (…) Como si fueran dos medallas de la desgracia prendió las manos de ella a las solapas de su saco, rehízo la sepultura y se marchó a su casa. (…) Las manos de ella, impecables, asistieron a las otras: una curita en cada herida y un puñetazo en la boca del estómago de él, por cada nota equivocada.

De este modo, entonces, ambos relatos aluden (a través de diferentes mecanismos y secuencias) a las represalias luego de la muerte: para Gallardo, las que toma quien queda vivo para «honrar» a su hijo muerto; para Morosi, las que pone en funcionamiento alguien desde el más allá (aunque no se explicite si esto se debe a que quien está vivo haya tenido o no que ver con su fallecimiento).

Estoy a mano con la vida, es cierto. En calma, miro pasar la gente. Los mozos me consultan. Soy juicioso. Doy consejos, el corazón frío.

Sara Gallardo

Sus propias manos como perras falderas seguían instrucciones precisas de aquellas maestras del terror.

Albana Morosi

Un cuento de ciencia ficción que me recuerda a Isaac Asimov

Robot-masa

Somos unos pocos los que conservamos nuestro aspecto humano. Los que somos de carne y hueso. Todos los demás se plegaron a la moda, todos son de metal. Todos son robots-humanos.

Desde que el Rectorado aprobó la robotización, hace ya 300 años, todos se fueron operando y adoptaron el cuerpo de metal. De humanos sólo conservan el cerebro y el corazón que ahora bombea un líquido neutro.

Es fácil, es una operación de rutina, no duele nada, me dicen los robots.

– Tenés que probarlo. Unite al mundo.

Desde que la robotización apareció, se modificó el mundo. Todo se rige por ella. Nadie  puede ser dirigente si no es robot. Los líderes, los artistas… todos son robots.

Somos unos pocos los que no nos robotizamos. Nos miran raro, nos ridiculizan.

Hace tres días que no veo a Urla. La extraño. Es la primera vez que desaparece.

Cuando salgo a la calle siento que se clavan en mí las miradas de las viejas robots. Viejas conventilleras que no perdieron su “capacidad de chisme y odio”, a pesar de su operación. No entiendo como se enamoran, si no se distinguen los hombres de las mujeres. Cómo pueden obtener satisfacción de sus cuerpos de metal.

La presión de los medios, de la sociedad, del Rectorado del planeta, para que nos roboticemos es terrible. No nos dejan en paz. Nos apedrean en la calle. Nos arrestan por subversivos. Nos condenan por el solo hecho de no querer cambiar. Con Urla, mi novia, juramos que no cambiaríamos, que seríamos humanos, de carne y hueso, hasta la muerte. Hace tres meses que no veo a Urla . Ya comienzo a olvidarla. La ciudad sigue igual. Todos son robots. Hace mucho que no veo a un humano. Tal vez sea el último de los de carne y hueso.

Tengo que vivir escondido, sólo salgo de noche. Recorro los bares humanos, donde solíamos reunirnos los últimos, y no encuentro a nadie. Todos han desaparecido.

Alguien golpea la puerta de mi casa. Alguien entra. Viene hacia mí.

–   Hola –me dice- Soy yo, Urla ¿te acordás de mí?

No le contesto, la miro. No puedo creer que sea un robot. Ella se ha operado, es una máquina más.

Hace horas que corro. Trato de alejarme de la ciudad, de esa horrible imagen de Urla.  Ella me traicionó. No la odio. No le guardo rencor.

Pobre, la presión era muy fuerte. No la pudo soportar. Yo tampoco puedo hacerlo. Me detengo y giro. Vuelvo a la ciudad.

Estoy acostado en la camilla. Dos robots me conducen al quirófano.

– “¡¡¡Extra, extra!!! El último de los humanos ya es robot”- pregonan los robots canillitas en toda la ciudad.

SEBASTIÁN SZABÓ (Argentino)

Este cuento se conoció en una antología de jóvenes cuentistas y hasta el momento no he podido encontrar ni foto ni fecha de nacimiento; hay algunas vagas referencias, una mención a la antología y hasta un enlace que concluye llevándonos a otro Szabó (Itsvan) que nada tiene que ver y es de otra nacionalidad.

El relato de Isaac Asimov (Rusia 1920-1992) se llama «El racista». Les dejo a continuación un enlace: es más extenso que los cuentos que suelo trabajar en este espacio y haría que el artículo quede relegado a los dos textos.

Cuento de Asimov en .pdf

Ambos autores toman el tema de la ciencia, la tecnología que cada vez ocupan más espacio en la vida del hombre y la posibilidad de que este sea reemplazado por las máquinas. De hecho, Asimov (quienes vieron las películas lo recordarán) había puesto sobre la mesa de discusión esta cuestión en «El hombre bicentenario» (libro en el que, además de este cuento, se encuentran otros -entre los cuales aparece el que deriva en una película por separado de la que lleva el título del libro: «Yo robot»-).

La visión que tienen con respecto al tema plantea algunas coincidencias y también particularidades. En común se observan dos cuestiones: en los dos está presente la imagen de la robotización; en ambos, la intención del humano de llegar a ser de esa especie aparece, aunque de diferente modo: sin embargo en las dos historias todo parte de una visión colectiva (una idea de masas en «Robot-masa»; un interés del personaje humano de «El racista» pese a las respuestas que pueda recibir).

Somos unos pocos los que conservamos nuestro aspecto humano. Los que somos de carne y hueso. Todos los demás se plegaron a la moda, todos son de metal. Todos son robots-humanos.

Robot-masa

― ¡O de plástico! ― le interrumpió, irritado, el paciente ―. ¿No es ésa la alternativa que me ofrece, doctor? Plástico barato.
Yo no quiero eso. Ya he hecho mi elección, y quiero que sea de metal.

El racista

En «Robot-masa» el narrador se resiste a seguir el camino que otros ya han comenzado y sumando nuevos casos; menciona que junto con su novia permanecerán al margen de las decisiones de los otros seres humanos pero la historia sufrirá un giro. En «El racista» el personaje que presenta el narrador está obsesionado con que la operación que deben realizarle cumpla con lo que ha elegido: prefiere un corazón de metal antes que uno que imite el del ser humano; lo cierto es que el final nos depara una sorpresa: no es él el racista sino el cirujano que lo va a operar, que se queja de que los seres humanos hayan optado por querer ser «metalos».

No le contesto, la miro. No puedo creer que sea un robot. Ella se ha operado, es una máquina más.

Hace horas que corro. Trato de alejarme de la ciudad, de esa horrible imagen de Urla.  Ella me traicionó. No la odio. No le guardo rencor. (…) Estoy acostado en la camilla. Dos robots me conducen al quirófano.

– “¡¡¡Extra, extra!!! El último de los humanos ya es robot”- pregonan los robots canillitas en toda la ciudad.

Robot-masa

― Pues no me importa ― dijo el cirujano, con sereno énfasis ―. Yo creo que uno debe ser lo que
es. No cambiaría ni una partícula de mi organismo por ninguna razón. Si se requiere
forzosamente hacerme algún cambio, exigiría que el material fuera lo más parecido posible a mis
propios órganos. Yo soy “yo mismo”. Y estoy muy satisfecho con ser quien soy, y no pretendo ser
ninguna otra cosa.
El cirujano, terminado su alegato, se preparó para iniciar la operación. Introdujo sus fuertes
manos en el horno y las dejó para que se calentaran al rojo hasta que se esterilizasen
completamente. A pesar de ser la primera vez que levantaba la voz y se apasionaba de tal modo, en su bruñido rostro metálico, como siempre, no existía el menor vestigio de expresión

El racista (el cirujano es un robot y le disgusta que los humanos quieran ser como ellos)

Microposteos II

Mamut en la noche inmensa

Soñó que el mamut muerto en el último invierno, el mamut más formidable, más temible y de más estremecedor pelaje oscuro que viera en su azarosa vida de cazador, volvía a buscarlo a él, de entre todos los hambrientos de la tribu que intervinieron en la cacería, solo a él.

Después, la visión se trasladó a la realidad y el mamut aparecía, irremediable, en cualquier momento de la noche o cuando el fuego de la caverna volvía a la ceniza o aun mimetizado en la lluvia, en la niebla o en la humareda de los bosques incendiados. Entonces cerró todas las formas de luz a la alucinación y se arrancó los ojos para no verlo más. Pero el mamut volvía siempre, irremediable, porque en el mundo de los ciegos, los ciegos ven.

EUGENIO MANDRINI (Argentino 1936-2021)

En busca del dragón
Un caballero andante sale en busca de un dragón. Durante meses y meses atraviesa tormentas y tempestades, junglas y desiertos, valles y montañas, buscándolo, en vano. Y cuando pasa el tiempo y el dragón no aparece el caballero piensa que el dragón debe ser tan horrible que se volvió infinitamente pequeño, porque verlo sería intolerable, y que tal vez ese horror esté volando alrededor de él.
Como el primer día se transformó en la primera noche, los primeros meses se transforman en el primer año. El caballero sigue su marcha entre las tormentas, las tempestades, las junglas, los desiertos, los valles, las montañas, el frío, el calor, y un terremoto.
Y finalmente ve (cuando el caballo relincha, el suelo tiembla y los árboles caen), que dos montañas surgen del paisaje, y ve que no son montañas sino alas, enormes alas, enormes alas de murciélago; ve que la caverna hacia la que se dirige no es una caverna sino una inmensa boca, y que las estalactitas no son estalactitas sino dientes y se da cuenta de que el dragón no era invisible sino demasiado visible y que lo había encontrado desde que partió, porque el dragón no era chico sino grande, tan grande que era el paisaje.

JORGE TORRES ZAVALETA (Argentino 1951)

El pájaro azul
Un hombre persigue al Pájaro de la Felicidad durante meses y años, a través de nueve montañas y nueve ríos, venciendo endriagos y tentaciones, tolerando llagas y desdichas. Antepone la búsqueda del Pájaro a toda otra ambición, necesidad o deseo. El tiempo pasa y pesa sobre sus hombros, pero también el Pájaro envejece, sus plumas se decoloran y ralean.
Lo atrapa en un día frío, desgraciado. El anciano está hambriento. El Pájaro está flaco pero es carne. Le arranca sus plumas todavía azules con cuidado, lo espeta en el asador y se lo come. Ahora se siente satisfecho, brevemente feliz.

Ana María Shua

ANA MARÍA SHUA (Argentina 1951)

Tenemos ahora tres relatos en los que la Naturaleza tiene un protagonismo especial: porque el objeto de búsqueda (o de peligro) pertenece a la Naturaleza («En busca del dragón», «Mamut en la noche inmensa») o porque la presencia del ser (animal o monstruo) que el hombre ansía encontrar se manifiesta de acuerdo con las formas de la Naturaleza (sumamos aquí «El pájaro azul»).

Es cierto que de acuerdo con el aspecto que tomemos en consideración este trío de relatos se vinculan en forma diversa y no siempre coinciden los tres:

A. «En busca del dragón» y «El pájaro azul» expresan la búsqueda de un ser con atributos singulares: si bien se desea encontrar al dragón (para vencerlo) también se lo teme; el pájaro, en cambio, es mencionado como el que porta la Felicidad. En el relato de Torres Zavaleta el dragón siempre estuvo ante el personaje, desde que había comenzado a buscarlo, y ello se manifiesta en la geografía que rodea al caballero; en la historia de Ana María Shua el final del viaje para encontrar al pájaro transforma a ese ser especial en un simple animal que satisface el hambre del viajero (con una breve referencia a una cierta «felicidad»).

y se da cuenta de que el dragón no era invisible sino demasiado visible y que lo había encontrado desde que partió, porque el dragón no era chico sino grande, tan grande que era el paisaje.

«En busca del dragón»

El Pájaro está flaco pero es carne. Le arranca sus plumas todavía azules con cuidado, lo espeta en el asador y se lo come. Ahora se siente satisfecho, brevemente feliz.

«El pájaro azul»

B. «Mamut en la noche inmensa» y «En busca del dragón» exhiben el temor ante el ser/animal que enfrentan. Se entiende puesto que si en un caso se trata de un monstruo aunque se desee vencerlo (dragón) en el otro el mamut oficia como la conciencia del personaje, quien sueña que lo busca luego de que lo mataran en una cacería. En ambos relatos mamut y dragón no sólo se manifiestan en la Naturaleza y forman parte de ella sino que además los personajes afectados no pueden dejar de verlos: en un caso porque nunca fue algo lejano sino que lo rodeaba; en el otro porque, pese a cegarse para sacarlo de sus sueños y de la realidad que ha invadido, el intento es en vano.

Entonces cerró todas las formas de luz a la alucinación y se arrancó los ojos para no verlo más. Pero el mamut volvía siempre, irremediable, porque en el mundo de los ciegos, los ciegos ven.

«Mamut en la noche inmensa»

Y finalmente ve (cuando el caballo relincha, el suelo tiembla y los árboles caen), que dos montañas surgen del paisaje (…)

«En busca del dragón» (Las líneas finales del párrafo anterior repiten una frase con una única variación que resulta reveladora: «y un terremoto»; observen la construcción de la frase y la puntuación y seguramente verán por qué esa frase es como una bisagra en el texto).

C. En «El pájaro azul» y «Mamut en la noche inmensa» hay animales (a diferencia del dragón, ser monstruoso, de «En busca del dragón»), sólo que el primero es en principio un ave mítica o emblemática en tanto porta la Felicidad y en cambio el segundo era uno de los habitantes del territorio en el que resultó muerto en una cacería. Si en Ana María Shua el sueño se relaciona con un deseo o una búsqueda, en el caso de Eugenio Mandrini hay una pesadilla que acomete al personaje e invade su realidad, se impone en el mundo real. Uno ha muerto y el otro pasa de ser objeto de deseo metafísico a convertirse en alimento, por lo cual puede decirse que en ambas situaciones se cumple lo que sucede habitualmente cuando el hombre interviene en la Naturaleza: mata o domina a los seres que considera están a su arbitrio. Sin embargo, algo de ellos queda en esos seres humanos que han sido sus «verdugos»: el mamut no dejará de ser visto ni en la ceguera absoluta; el pájaro dejará cierto rastro (como inquietud, no como certeza) de la felicidad que podía proporcionar (ciertamente ha perdido a lo largo del relato características de lo mítico puesto que envejece y ya sólo es visto como un ave, una presa con la que saciar el hambre).

(…) Antepone la búsqueda del Pájaro a toda otra ambición, necesidad o deseo. El tiempo pasa y pesa sobre sus hombros, pero también el Pájaro envejece, sus plumas se decoloran y ralean.
Lo atrapa en un día frío, desgraciado. El anciano está hambriento. El Pájaro está flaco pero es carne. Le arranca sus plumas todavía azules con cuidado, lo espeta en el asador y se lo come. Ahora se siente satisfecho, brevemente feliz.

«El pájaro azul»

Soñó que el mamut muerto en el último invierno (…) volvía a buscarlo a él, de entre todos los hambrientos de la tribu que intervinieron en la cacería, solo a él.

Después, la visión se trasladó a la realidad y el mamut aparecía, irremediable (…) Pero el mamut volvía siempre, irremediable, porque en el mundo de los ciegos, los ciegos ven.

«Mamut en la noche inmensa»

Microposteos I

En este recorrido que venimos haciendo por temáticas, nacionalidades… y que reúne en cada artículo varios cuentos (no todos ellos microrrelatos sino que he ampliado a relatos más extensos) he ido descubriendo algunas historias que se enlazan por un personaje o por alguna otra particularidad. Es por esto que iré intercalando algunos artículos con las comparaciones que me han surgido de la lectura de ciertas obras.

Cuento sin moraleja

Un hombre vendía gritos y palabras, y le iba bien, aunque encontraba mucha gente que discutía los precios y solicitaba descuentos. El hombre accedía casi siempre, y así pudo vender muchos gritos de vendedores callejeros, algunos suspiros que le compraban señoras rentistas, y palabras para consignas, esloganes, membretes y falsas ocurrencias.

Por fin el hombre supo que había llegado la hora y pidió audiencia al tiranuelo del país, que se parecía a todos sus colegas y lo recibió rodeado de generales, secretarios y tazas de café.

-Vengo a venderle sus últimas palabras -dijo el hombre-. Son muy importantes porque a usted nunca le van a salir bien en el momento, y en cambio le conviene decirlas en el duro trance para configurar fácilmente un destino histórico retrospectivo. -Traducí lo que dice- mando el tiranuelo a su interprete. -Habla en argentino, Excelencia. -¿En argentino? ¿Y por qué no entiendo nada? -Usted ha entendido muy bien -dijo el hombre-. Repito que vengo a venderle sus últimas palabras.

El tiranuelo se puso en pie como es de práctica en estas circunstancias, y reprimiendo un temblor, mandó que arrestaran al hombre y lo metieran en los calabozos especiales que siempre existen en esos ambientes gubernativos. -Es lástima- dijo el hombre mientras se lo llevaban-. En realidad usted querrá decir sus últimas palabras cuando llegue el momento, y necesitará decirlas para configurar fácilmente un destino histórico retrospectivo. Lo que yo iba a venderle es lo que usted querrá decir, de modo que no hay engaño. Pero como no acepta el negocio, como no va a aprender por adelantado esas palabras, cuando llegue el momento en que quieran brotas por primera vez y naturalmente, usted no podrá decirlas. -¿Por qué no podré decirlas, si son las que he de querer decir? -pregunto el tiranuelo ya frente a otra taza de café. -Porque el miedo no lo dejará -dijo tristemente el hombre-. Como estará con una soga al cuello, en camisa y temblando de frío, los dientes se le entrechocaran y no podrá articular palabra. El verdugo y los asistentes, entre los cuales habrá alguno de estos señores, esperarán por decoro un par de minutos, pero cuando de su boca brote solamente un gemido entrecortado por hipos y súplicas de perdón (porque eso si lo articulará sin esfuerzo) se impacientarán y lo ahorcarán.

Muy indignados, los asistentes y en especial los generales, rodearon al tiranuelo para pedirle que hiciera fusilar inmediatamente al hombre. Pero el tiranuelo, que estaba-pálido-como-la-muerte, los echó a empellones y se encerró con el hombre, para comprar sus últimas palabras.

Entretanto, los generales y secretarios, humilladísimos por el trato recibido, prepararon un levantamiento y a la mañana siguiente prendieron al tiranuelo mientras comía uvas en su glorieta preferida. Para que no pudiera decir sus últimas palabras lo mataron en el acto pegándole un tiro. Después se pusieron a buscar al hombre, que había desaparecido de la casa de gobierno, y no tardaron en encontrarlo, pues se paseaba por el mercado vendiendo pregones a los saltimbanquis. Metiéndolo en un coche celular, lo llevaron a la fortaleza, y lo torturaron para que revelase cuales hubieran podido ser las últimas palabras del tiranuelo. Como no pudieron arrancarle la confesión, lo mataron a puntapiés.

Los vendedores callejeros que le habían comprado gritos siguieron gritándolos en las esquinas, y uno de esos gritos sirvió más adelante como santo y seña de la contrarrevolución que acabó con los generales y los secretarios. Algunos, antes de morir, pensaron confusamente que todo aquello había sido una torpe cadena de confusiones y que las palabras y los gritos eran cosa que en rigor pueden venderse pero no comprarse, aunque parezca absurdo.

Y se fueron pudriendo todos, el tiranuelo, el hombre y los generales y secretarios, pero los gritos resonaban de cuando en cuando en las esquinas.

JULIO CORTÁZAR (Argentino 1914-1984)

Encuentro con el verdugo

Tuve que viajar por motivos de trabajo a una ciudad del norte. Llegué a la caída del sol y caminé en busca de alojamiento. En todas partes me decían lo mismo: no había lugar para mí. Entré en la calle más angosta y oscura de la ciudad, confiado en que nadie más que yo buscaría una habitación entre aquellas paredes. La dueña de una de aquellas cuevas miró con su único ojo mis monedas y aceptó darme una habitación. El precio fue alto.

– El único inconveniente es que tiene que compartirla.

No me importó: había dormido con las peores compañías. Me tendí en un catre de madera, junto a la ventana. En el fondo de la habitación, en una cama de madera, alguien dormía. Al despertar encontré, al pie del catre, a un hombre gigantesco. Había empezado a hablar antes de que abriera los ojos.

– Los dos somos forasteros. Este no es un buen sitio para forasteros.

Me contó el largo viaje que lo había llevado hasta allí. Lo escuché con paciencia. Después de su relato dijo:

– No sabes quién soy, si no no hubieras hablado conmigo. Soy el verdugo.

Esperaba que me alejara de un salto.

– Un oficio como cualquiera -dije.

– Aquí nadie me habla.

Buscó entre sus cosas una varilla de madera, atada a una correa de cuero.

– Cuando voy al mercado tengo que señalar los alimentos con esta vara. Nadie quiere comer una manzana que ha sido tocada por la mano del verdugo.

– Veo que es un pueblo de gente ignorante y supersticiosa -dije con desgano.

– Vienes de afuera y dices no creer en estas cosas. ¿Pero acaso serías capaz de darme la mano?

Me tendió una enorme mano roja, llena de cicatrices: heridas y marcas dibujadas por el roce de las sogas y el filo de las hachas.

Apreté su mano, menos fría que la mía.

– Es la primera vez que alguien le tiende la mano al verdugo. ¿Quién eres, que no le tienes miedo a nada?

– Soy el nuevo verdugo -respondí-. He venido a reemplazarte.

PABLO DE SANTIS (Argentina 1963)

Mi Pierre

Cuando Pierre vuelve a casa, después de cumplida la tarea, me agacho a sus pies y le quito las galochas embarradas. Le alcanzo agua para que se lave las manos pringosas. Y si la camisa tiene manchas (casi siempre) le doy ropa limpia.

Muchas veces se acerca a la cuna de nuestro hijo y lo contempla en silencio. Suspira porque el pequeño heredará no sólo su nombre sino también su oficio.

Comemos un poco de sopa o de guiso con pan. Tomamos algo de vino. Mi Pierre nunca se emborracha.

Enseguida nos acostamos. Él esconde la cabeza en el hueco de mi cuello, como pájaro que quisiera dormir. Yo lo arrullo con una canción. Pero siento que sus lágrimas resbalan por mis pechos. Trato de consolarlo.

¡Es tan difícil ser la mujer del verdugo!

LAURA NICASTRO (Argentina)

En este caso me resonó en la cabeza, mientras iba de unos cuentos a otros, la presencia del VERDUGO, sobre todo como aparece en los relatos de Laura Nicastro y Pablo de Santis. El agregado, a la idea inicial, de «Cuento sin moraleja» surgió al releer algunas historias y recordar esta en la que Julio Cortázar menciona a alguien que vende las «últimas palabras» para alguien que, aunque no lo sepa, será ejecutado.

Sin dudas no es el VERDUGO un personaje admirado ni el que alguien quisiera encontrar (hay entradas anteriores en las que se trata al personaje de acuerdo con otros textos: Verdugos: según el cristal con que se mire, El microrrelato latinoamericano: Uruguay (3), A. Abusos de poder: dictaduras y dictadores). Sin embargo entre los dos primeros textos considerados la figura del reemplazante del verdugo y la de uno que sufre su actividad salen de lo habitual: sufrir, temer a quien ejecuta las órdenes del que detenta el poder. Ambos están narrados en primera persona.

  • En el caso de «Encuentro con el verdugo» (Pablo de Santis) los participantes de la historia muestran dos visiones diferentes de la actividad: para uno de ellos, su oficio es especial, los otros hombres no le hablan y él considera que tiene un dominio particular sobre los otros; para el otro, la labor es una como cualquier otra, él sí le está hablando y, para desconcierto de su interlocutor, concluye demostrándole que no es alguien de quien no se pueda depender.

– Vienes de afuera y dices no creer en estas cosas. ¿Pero acaso serías capaz de darme la mano? (…) Apreté su mano, menos fría que la mía.

– Es la primera vez que alguien le tiende la mano al verdugo. ¿Quién eres, que no le tienes miedo a nada?

– Soy el nuevo verdugo -respondí-. He venido a reemplazarte.

  • En «Mi Pierre» (Laura Nicastro) el narrador en primera persona es la esposa del verdugo. Toda la imagen representa una escena familiar, casi como la de cualquier otro poblador, a excepción de la referencia a que el niño no sólo heredará el apellido sino también el oficio. Claramente se entiende por qué esto produce pesar en el personaje de acuerdo con el enunciado del final.

Enseguida nos acostamos. Él esconde la cabeza en el hueco de mi cuello, como pájaro que quisiera dormir. Yo lo arrullo con una canción. Pero siento que sus lágrimas resbalan por mis pechos. Trato de consolarlo.

¡Es tan difícil ser la mujer del verdugo!

  • En el caso de «Cuento sin moraleja» (Julio Cortázar) hay alguien superior al verdugo, el dictador, que sin embargo vivirá el momento en que lo tema. La figura aparece en el contexto del relato como la justicia que impone una sociedad, si no la que rechaza al tirano al menos la que forma parte de su séquito pero que cruzará de vereda en el momento de crisis y antes de tener que hacerse cargo de sus cuentas.

El verdugo y los asistentes, entre los cuales habrá alguno de estos señores, esperarán por decoro un par de minutos, pero cuando de su boca brote solamente un gemido entrecortado por hipos y súplicas de perdón (porque eso si lo articulará sin esfuerzo) se impacientarán y lo ahorcarán.